Contemplación de la vida
En un pueblo montañoso de Italia, el tiempo tal como lo conocemos parece haberse congelado. Lejos de la alta tecnología a la que nos acostumbra la vida moderna, los días transcurren con la cadencia de hace siglos en medio de ritos cotidianos que se mantienen más o menos inmutables. Así, un anciano cuida sus cabras y palia sus enfermedades con polvo de iglesia, los aldeanos recrean el Via Crucis en un primaveral viernes santo, los animales nacen y crecen mientras los árboles completan su ciclo vital, y el hombre se dedica a aprovechar todo aquello que la naturaleza ofrece no sólo a sus necesidades, sino a sus ritos y celebraciones.
En este filme que abunda en planos inmóviles, panorámicas fotográficas preciosas y sonido ambiente, Michelangelo Frammartino recurre a un registro de tipo documental para que sus personajes (sean éstos humanos, animales, el propio paisaje de la aldea y sus alrededores) discurran en la historia prescindiendo de palabras. Los diálogos, si existen, son inaudibles; el sonido ambiente captura más que nada el murmullo de la naturaleza, los pasos de los aldeanos en la gravilla, el petardeo de algún vehículo vetusto que recorre cansinamente la montaña. Todo apunta a un único hilo conductor: el transcurso de las estaciones y el ciclo vital del mundo a través de sus criaturas.
En definitiva, estamos frente a un producto fundamentalmente visual, destinado a un disfrute sin apuros ni pretensiones. Pese a una gran recepción a nivel crítica, el público general puede sentirse abrumado por la sobreabundancia de planos largos y fijos, el minucioso seguimiento que las cámaras hacen de los animales y la carencia de un argumento tradicional sostenido mediante interacciones, que este género no favorece. Pese a su relativamente corta duración, tiene esa cualidad no siempre positiva de hacerse más larga; quizá por eso, sólo es recomendable (muy recomendable) a ese público particularmente predispuesto que sabe bien lo que encontrará al ingresar a la sala.