Todo se transforma
Del carbón venimos y hacia el carbón vamos, la frase parecería sintetizar el ciclo de la vida del hombre y se arraiga intertextualmente con la idea de esta inusual propuesta Le quattro volte, de Michelangelo Frammartino, en la que se marcan los ciclos tanto de la vida como de las estaciones del tiempo a partir de una conjunción de elementos donde el hombre parecería estar de más ante la naturaleza.
La cámara de Frammartino se instala en un pueblito de Calabria, cuya comunidad rural se autoabastece de la naturaleza, del criado de cabras y que vive prácticamente en un estado semimedieval. Los rituales, las actividades y quehaceres domésticos son sencillamente registrados sin subrayados innecesarios. De esas escenas surge una verdad incontrastable y hasta aparece un espacio para el humor sabiamente dosificado por el director.
Pero más allá de la anécdota, lo que realmente conmueve de esta obra maestra es la sensibilidad para extraer de la cotidianidad algo extraordinario, que visto de forma poética -desde lo conceptual y lo visual- define un lenguaje cinematográfico propio, cargado de alegorías, para dar cuenta de la existencia en su mayor expresión.
A partir de la idea de simultaneidad y con una mirada circular sobre el tiempo -marcado por la muerte de un hombre y el nacimiento de una cabra- la coexistencia de las historias, léase la de un pastor anciano que muere una mañana; la de un pino que tras ser talado se vuelve madera y deviene carbón, deja en evidencia la intención del director que no necesita ni una sola palabra para transmitir poesía y belleza sin artificios.