Bello film con ecos de poetas del cine como Jacques Tati
Este es un semidocumental, vale decir, varias partes están escenificadas, o directamente ficcionadas. El viejo pastor al que vemos ya tirado en la cama, rodeado de sus cabras, en verdad no muere. El cabrito perdido, que gime por su mamá mientras llega la noche y para colmo está por nevar, tampoco muere, ni lo abandonan. Al camarógrafo que filma desde el interior del nicho y desde el interior del horno de carbón, cuando cierran la tapa, tampoco lo dejan adentro, por supuesto. Y la escena donde un perro sabotea una procesión, amenaza al monaguillo, causa un desastre y se manda mudar (todo en un solo plano secuencia de seis minutos), estaba toda preparada y tenía una trampa, según confesión del propio autor. En suma, no es un estricto documental. Se lo puede llamar documental de creación, eso sí, y hasta cierto punto. Pero qué hermosa creación.
Últimos días de un anciano pastor de cabras, primeros días de un cabrito, el viaje de un enorme pino, desde que los hombres del pueblo lo talan y transportan para usarlo en una fiesta regional, hasta su posterior conversión en carbón
vegetal, para entibiar los hogares. Eso es, básicamente, lo que vemos, sin palabras ni explicaciones. Una sencilla, poética, algo panteísta, incluso humorística representación de las cuatro
partes de la existencia, como las calificaban, según parece, algunos pitagóricos. De ahí el título, «Le quattro volte», pero quizá no sea necesario entrar en detalles. Esta obra se siente, después, en todo caso y si uno quiere, se piensa.
Filmada en comunidades de Reggio Calabria como Serra San Bruno, donde se mantiene la tradición de esos hornos impresionantes llamados «scarazzi», que tardan diez días en hacerse y veinte en cumplir la combustión completa, la película nos lleva a otro mundo, y acaso también despierta en algunos espectadores una cierta vibración ancestral, por el lugar donde transcurre, las costumbres que vemos, la parsimonia de sus gentes y la tranquilidad de sus extensos bosques. Y despierta en todos, la tranquila nostalgia de otra clase de vida.
En algunos, también despierta la nostalgia por otra clase de cine. El de Jacques Tati, en la graciosa escena del perro. Y el de dos poetas lombardos: Ermanno Olmi, de «El árbol de los zuecos», y en especial Franco Piavoli, un tipo que sólo filma en los alrededores de su pueblo, y que en «Il planeta azurro» nos cuenta, al mismo tiempo y sin palabras, la historia de un día, de un año, del mundo, y de las especies. Otro poeta. Por ese camino va el que ahora conocemos, Michelangelo Frammartino, que también es lombardo. Vale la pena conocerlo.