Una extraña película filosófica sin silogismos ni discursos, a veces sobreestimada y en algunas ocasiones odiada.
En sus inicios, cuando la filosofía todavía no era rigurosa ni pretendía ser una ciencia estricta, ni menos aún la policía del resto de los conocimientos, la anécdota y el relato constituían una didáctica. Jenófanes, refiriéndose a Pitágoras, cuenta que en una ocasión el famoso filósofo de los números, al ver cómo castigaban a un perro, dijo: “cesad de castigarlo, porque es el alma de un amigo mío, que he reconocido al llorar”.
Este cuento filosófico sintetiza la segunda película de Michelangelo Frammartino, Le quattro volte, que tuvo su estreno hace un año y medio en el festival de Cannes y resultó ser una de las gratas novedades en aquella edición. Una película sin diálogos, en donde los minerales, los animales, las plantas y los hombres cumplen roles protagónicos, es de por sí una curiosidad y una excentricidad que se explica mejor cuando el propio director explicita su afán de visualizar con su cámara la pretérita filosofía de Pitágoras, que hace 2500 años pasó por Calabria, escenario en el que transcurre la película.
¿Una película con pretensiones filosóficas que renuncia a las palabras no es acaso una contradicción? Está dividida en cuatro movimientos. Frammartino arranca siguiendo los últimos días de un viejo pastor: cabras, rutinas, paseos y algunas visitas a la iglesia en busca de un polvo sanador constituyen su cotidianidad. El viejo tose a menudo, y algún día sus cabras serán testigo de su paso al otro mundo, del cual no tenemos noticias excepto especulaciones y fantasías diversas. Dado que para los pitagóricos el alma es un principio de movimiento, y transmigra de un animal a otro, un plano en el interior de la tumba del pastor se funde en negro y tras unos segundos nace una cabra (escena que ha sido tachada injustamente de canalla; si se debe buscar la secuencia execrable de la película es aquella en la que al mismo viejo se lo mostrará defecando en dos planos). ¿Es el anciano devenido en chivo? Posiblemente, pues la metempsicosis no parecía en aquel entonces las divagaciones de un psicótico.
Luego veremos los primeros días en la vida de una cabra, hasta que un buen día se perderá en el bosque y descansará al lado de un árbol. Una panorámica sobre el árbol y la cabra en otoño será reemplazada por otro hermoso plano del solitario árbol cubierto de nieve. La estoica conífera será serruchada, y otro fundido en negro anticipa la transformación de ese pino en poste (para servir como elemento de un juego popular) y posteriormente devenir en carbón. El alma viaja y la materia se transforma, una cierta armonía subyace entre los elementos de la naturaleza.
El pasado profesional de Frammartino, que viene de la arquitectura, se percibe en los encuadres. La cámara funciona como si se tratara de un agrimensor: mide las distancias, demuestra la relación de lo pequeño con lo inmenso, y explicita la relación, en este caso armoniosa, entre paisaje y edificación. Las panorámicas son majestuosas y revelan un ecosistema y el paso del tiempo histórico en piedra convertida en viviendas. Además, el trabajo sonoro es formidable, y la palabra hablada resulta un lujo innecesario. Las imágenes hablan, los sonidos muestran.
Vitalista y luminosa, no desprovista de humor y casi siempre inquieta en sus modos de contemplar el mundo y los seres vivos, Le quattro volte alcanza su perfección en un plano secuencia de 9 minutos en donde un perro travieso, algunos romanos y fieles “cristianos” de una procesión religiosa, un camión, un corral y sus cabras participan de una escena admirable que remite a un gag típico del cine de Jacques Tati. Es una coreografía vitalista en la que se percibe un dominio absoluto respecto de las coordenadas básicas del cine: el espacio y el tiempo. En esta comedia y ensayo pitagórico las especies viven en una democracia cósmica y armoniosa, lejos de la civilización dominante donde tanto los hombres como los animales y las plantas son tan sólo mercancías.