Dicen los que saben que lo mejor de esta saga de adolescentes que salvan un mundo futuro hecho añicos (un tema recurrente que ha llevado a muchos intentos y no demasiados éxitos, dicho sea de paso), es Shailene Woodley, la protagonista. Sí, tienen razón. Sin la manra que tiene de enfrentar los cada vez más reiterados subterfugios de la trama de esta serie, el resultado sería por lo menos soso. Es cierto que, probablemente, esta sea la mejor actuada dentro del subgénero “historias donde chicos salvan al mundo” y que incluye a la crecientemente pesada Los juegos del hambre y a la ingeniosa pero derivativa Maze Runner. Esta vez la idea es salir del acotado universo en el que viven los protagonistas (llevado al caos) e intentar una vida nueva, aunque descubren algo inusitado que tiene que ver, nuevamente, con el control de la vida por la ciencia. La condena a la tecnocracia, se sabe, también es una constantante. Pues bien, la película no aburre salvo que uno no tenga los detalles necesarios de los films anteriores, y es el porte de la protagonista lo que nos atrae la mirada. Aclaremos “porte”, no atractivo: cómo hace lo que hace y no cómo es. Lo primero es parte del cine, lo segundo, no necesariamente. Eso sí: maldita la manía de, por vender una entrada más, partir en dos una historia que se puede contar bien en dos horas y cuarto. Aunque usted no lo crea, eso está acabando con el cine: abandonamos antes del final y lo esperamos en Netflix.