El grueso de las mujeres miran este tipo de películas con suma conciencia de los clichés que siempre se dan cita, pero vaya a saber uno por qué, finalmente, entran en la lógica de la protagonista y, pocas veces, falta la respuesta emotiva. Esto es algo que es muy difícil que entendamos nosotros, los hombres, que si notamos los hilos y las costuras de la trama, poco lugar queda para la empatía con los personajes.
Esto viene a cuento de que la película, protagonizada por Amy Adams, es previsible desde el minuto uno, tomando un elemento accesorio (el año bisiesto del título original) como excusa para pretender generar sorpresa con una reversión de los roles en la situación de pedido de compromiso. Como las comedias románticas suelen proponernos siempre el mismo esquema, desde la primera escena sabemos que su novio no la merece y que no tardará en conocer a alguien mejor, y ese saber está apoyado incluso en la comparación del futuro prometido de la chica con el muchacho que aparece en el afiche (básicamente, si aparece otro muchacho con ella, es porque ese será su interés romántico).
Al comienzo de la película, Anna (Adams) se cruza con su padre y supone que su novio está preparando una cena de compromiso, a lo cual su padre le dice que tuvo suerte de no terminar repitiendo la vieja tradición irlandesa de viajar a ese país el 29 de febrero, con el fin de pedirle matrimonio a él. Este disparador, que viene a poner en escena todo lo que veremos a continuación, es la excusa para poner a John Lithgow en la piel del padre, un actor que merece papeles mucho mejores antes que caer en roles utilitarios como éste.
Acto siguiente, y luego de haber sido defraudada por un novio que no le pide casamiento, Anna viaja a Dublín para encontrarse con él y cumplir con la tradición de los años bisiestos. Lo que sigue a continuación es un periplo en el que pasa de todo, incluyendo obstáculos climáticos y todo lo que podemos encontrar en una comedia romántica de una mujer que viaja a un país que no conoce, y choca con un mundo social y culturalmente distinto al de ella. Como podemos imaginar, se encuentra con un muchacho que nada tiene que ver con ella y que la termina enamorando.
Algunos elementos resultan graciosos (Adams sabe cómo acercarse a la comedia física), otros mínimos elementos desperdigados en la historia resultan convenientemente sorprendentes, o al menos generan giros poco habituales, pero el resto se ciñe a los principios rectores de la comedia romántica, de tal modo que en prácticamente toda la película podemos augurar lo que ocurrirá en la escena siguiente.
Este mal, que aqueja a prácticamente todas las comedias románticas americanas, manifiesta el agotamiento de un género que debería partir de situaciones y de personajes más creíbles, para contar nuevas historias, buceando en las pocas comedias románticas que sí logran esquivar los clichés del género, a fuerza de personajes potentes y de giros tan sorpresivos como propios del devenir de estos personajes. El problema está en que los hacedores del cine americano no entienden esta grave enfermedad del género, o no les importa, porque, a fin de cuentas, las mujeres pueden conocer desde el principio todo lo que sucederá en la película y aún así terminar emocionándose. De todas maneras, sería interesante que los productores se den cuenta de que todas las comedias románticas últimas se parecen tanto entre sí, que están hipotecando un modelo de películas que aún tiene mucho para dar, en cuanto comience a reinventarse y deje de simbolizar el agotamiento de ideas de toda una industria.