El famoso actor paraguayo Arnaldo André hace su primera incursión cinematográfica detrás de cámara, en el doble rol de director y guionista, construye un relato que tiene, al parecer, mucho de autobiográfico.
Las acciones transcurren en 1955 Justino (Diego Gonzalez), el personaje principal, tiene 12 años, los mismos que en esa fecha tendría el responsable último del filme.
El lugar es San Bernardino, un pueblito en Paraguay, fundado por alemanes, en el límite con Argentina, esta referencia es importante, pues todo transcurre después del golpe militar de Alfredo Stroessner en Paraguay, y antes del derrocamiento por la misma vía de Juan Perón en la Argentina, de ahí que la recurrencia a Eva Perón suena más como símbolo que como icono y no se ve forzada.
El padre de Justino acaba de fallecer, la madre lo aplica como el nuevo hombre de la casa, al tiempo que deseando lo mejor para él lo inscribe en la escuela alemana del pueblo.
Él no se desentiende de su trabajo cotidiano de ayudante del cartero, repartiendo la correspondencia fuera del horario de clases.
El filme tiene el grave problema de aparecer desde su estructura narrativa, presentación, desarrollo de los personajes y del conflicto como anticuado, no que sea el estilo de ese momento, sino más bien de los años ‘60/70.
Desde este punto es que la redundancia de algunos elementos no ayuda a la progresión dramática del relato, al mismo tiempo que las subtramas por momentos se superponen en importancia con la trama principal, no confunden pero se muestra tedioso.
El relato que impulsa al texto pasa en momentos por la experiencia propia y su mirada por un mundo por descubrir, en ella se interpone su profesora de alemán, Ulla (Julieta Cardinali), quien pide a sus alumnos traigan textos en alemán. Justino sin acceso a ese material recurre a Jocksa (Mike Amigorena), un germano con pasado nazi, refugiado que se oculta en ese perdido pueblo, a quien Justino le entrega cartas y quien comenzara a entregarles poesías del poeta teutón Friedrich Schiller, el autor de la “Oda a la alegría ”, incluida por Ludwig Van Beethoven en su Novena Sinfonía.
El trabajo de Justino hará que comience un contacto epistolar entre la profesora y el enigmático refugiado, subtrama que desplazara por momentos a la principal.
Lo mejor del filme se encuentra en la recreación de época, la escenografía y vestuario, también es acertado el tono pastel de la dirección de fotografía. No sucede lo mismo con el diseño de sonido, a la corrección del sonido en tanto técnica, mientras que la banda de sonido no aporta nada.
En tanto en el rubro de las actuaciones se siente muy despareja, mientras el joven Diego Gonzáles sorprende, la performance de Julieta Cardinali es correcta, Mike Amigorena aparece constantemente incomodo en el papel, como forzando un personaje que parece haberlo superado.
Todo esto cobraría real validez si estuviera sosteniendo un buen guión expuesto en la estructura narrativa audiovisual, al no suceder la realización se torna por momentos aburrido, incluyendo el final casi abrupto que deriva en una intriga como para darle algo de suspenso, pero tampoco esto se logra.
Una lástima, pues la idea en su presentación parecía que daba para más.