El debutante Gastón Klingenfeld nos trae a la pantalla el universo del mar y la posibilidad a partir de este de obtener un medio para sobrevivir en “El legado del mar” (2017), centrada casi exclusivamente en el universo de Juan Iglesias y sus compañeros.
El hombre, un veterano de la actividad, es entrevistado por Klingenfeld en repetidas oportunidades, mientras la narración se va construyendo de manera simple y efectiva alrededor de los pescadores y sus familias.
Como veterano de la actividad todo el tiempo se lo escucha aclarando la idea de todo tiempo pasado mejor que tuvo, y justamente en ese reclamo y declamación hay un grito desesperado de detener el tiempo y respetar actividades tan ancestrales como el hombre mismo.
Pero Juan Iglesias no es el único, mujeres, jóvenes, todos ofrecen su mirada sobre un oficio en el que nunca se sabe el resultado hasta que la embarcación, la que sea y de las características que sean, regresa al puerto con la colecta necesaria para seguir subsistiendo de la actividad.
Hay mucho del esperar y del pasado, que Klingenfeld lo traduce en imágenes, en algunas oportunidades cuasi postales turísticas, y en otras, en postales de la miseria y el dolor, del hacer de gente que se ha conformado con repetir rutinas a lo largo de su vida.
Lo más interesante de la propuesta es la transmisión del oficio a través de la palabra, en este Juan Iglesias que sigue subiéndose al Pica I, el barco más antiguo de la flota amarilla de Rawson, lugar en donde se filmó la propuesta.
Pero también el rol que les otorga a las mujeres dentro de la propuesta.
De por sí la pesca es una actividad enteramente masculina en Argentina, por lo que la mirada estará en la espera que ellas hacen de cada pescador que se enmarca en la aventura de adentrarse al mar, y también en el relato desgarrador de una madre que un día despidió a su hijo y nunca más lo volvió a ver.
Recientemente una película como “Ama-San” (2016), de Claudia Varejao, nos mostraba el otro lado de las mujeres recolectoras de moluscos, pero también las guardianas de una vieja costumbre de pesca, que se mantiene vida gracias a su esfuerzo y valor.
Y acá acontece lo mismo, con ese hombre curtido por el sol y por la sal, por el viento y por las olas que le han forjado un espíritu aventurero y emprendedor que lo posicionan más allá de los embates económicos que lo puedan apremiar.
Gastón Klingenfeld mira y reflexiona, coloca la cámara en un lugar estratégico y selecciona de ese puerto lo mejor que encuentra de cada personaje que presenta, y en ese devenir de imágenes uno percibe la pasión por el mar, algo que para aquellos completamente desentendidos de la actividad, puede servir como un documento y testimonio de los argentinos que a diario hacen de la tierra, en ese caso el agua, una manera de poder sostenerse.