En épocas donde Hollywood inunda las pantallas del mundo con relatos apocalípticos o postapocalípticos (los últimos se destacan cuanto menos explican las causas del fin del mundo y más se adentran en la descripción del terreno salvaje que sobrevivió al Apocalipsis), otra película del estilo llega a nuestras pantallas para obtener el título del film apocalíptico más intrascendente de los últimos tiempos: Legion.
La película dirigida por el especialista en efectos especiales Scott Stewart, debutante en la dirección, nos acerca una versión del fin del mundo que mezcla iconografía cristiana con zombies, sin que esa mezcla decante o esté basada en un planteo paródico. Todo lo contrario, Legion suma sin sentido a medida que avanza la trama, y ese sin sentido contrasta con la carga de solemnidad que le han querido dar al asunto. Al parecer, quienes han estrado detrás de esta producción desconocen los mejores ejemplos de films apocalípticos, o los han ignorado de cuajo, como así también parecería que desconocen los films de George Romero, el máximo exponente del cine de zombies.
La primera pregunta que cabe hacerse es a quién se le ha ocurrido mezclar la iconografía religiosa del fin del mundo con los “no muertos”. Es verdad que el cine de zombies suele poner en escena una humanidad en crisis absoluta, pero de ahí a que algo bueno pueda salir de la mezcla de este componente terrorífico con un fin del mundo representado por ángeles vengativos y un ángel rebelde que se apiada de los supervivientes, hay un larguísimo trecho.
Paul Bettany hace lo que puede, enfrentándose a un planteo dramático que opaca por completo su talento interpretativo, mientras que Dennis Quaid es de los pocos que asumen el espíritu clase b del film (Quaid ya se siente un abonado de este tipo de producciones). Es una lástima que Stewart no asuma en la puesta en escena el desprejuicio propio del cine clase b, y crea que está ante algo serio. Como podemos imaginar, los efectos especiales y las escenas de terror son los elementos más destactados de esta película, que argumentalmente carece de una base que justifique cinematográficamente el híbrido entre el fantástico religioso y el terror, y al apelar a un relato excesivamente solemne e insufriblemente pretencioso, desmerece las pocas virtudes de un producto ya de por sí débil y, sólo por momentos, entretenido.