Legiones

Crítica de Juan Samaja - CineFreaks

Sin fe, no hay escena.

Independientemente del trasfondo fantástico en el que se enuncia la película, la historia es, en verdad, muy simple; y en ello, probablemente, reside el éxito de la propuesta: se trata de la historia de un padre y una hija que se reencuentran luego de un distanciamiento que se ha producido en la adolescencia de la muchacha, cuando empieza a configurarse su propia personalidad. Se adivina, en este sentido, algún guiño con las películas de Wes Craven, particularmente la saga de Freddy Krueger; aquella monstruosa presencia que ataca a los/as adolescentes en sus sueños, irónicamente en la etapa de su despertar sexual.

En la película de Forte, Kuarayá se presenta como una entidad exterior (masculina) que intenta arrebatar a la niña desde una edad temprana. Para evitar que el monstruo tome posesión de la niña, se ha construido un amuleto mágico, un collar, que mantiene protegida a Elena durante su niñez. El collar podría simbolizar la infancia de la muchacha, pues una vez robado el amuleto, comienza la etapa del distanciamiento con su padre y el concomitante reemplazo de la figura masculina de éste por la de un hombre de afuera. Pero el collar también significa la pertenencia a un linaje, a una familia, a una identidad; recuperar el amuleto es recuperar al mismo tiempo su identidad. Por eso, al recobrar el collar, y colocárselo sobre el cuerpo, Elena enuncia su nombre real: ya no Elena Warren (aquel nombre que se ha querido inventar para pasar desapercibida frente a un afuera, que no sabe quién es, ni le interesa), sino Elena Poyju.

Diría entonces que el tema de la película, detrás de la historia del padre y de su hija, incluso detrás del camuflaje fantástico en el que se presenta, no es otro que la relación conflictiva entre crecimiento e identidad; entre un individuo, conminado siempre a descubrirse como continente virgen, y sus tradiciones, único navío legítimo para recorrer cada extensión de la subjetividad de la persona.

En cuanto a la forma de la película, su estructura narrativa y su marco genérico, quisiera hacer algunos comentarios específicos, pues ameritan alguna precisión. Lo primero que quisiera destacar de esta virtuosa producción es el dominio genérico que Forte ostenta respecto del género de terror, como de las combinaciones humorísticas con que matiza el discurso narrativo de un modo imprevisto y efectivo. La intensa labor que este realizador viene desarrollando en el campo del terror, como de la comedia, le posibilitan maniobrar con seguridad este relato fantástico sobre un terreno humorístico, sin desviarse un ápice de la identidad genérica que la película pretende conservar.

Legiones se nos presenta como un relato efectivo y sólido; no pierde el rumbo ni el espíritu en ningún momento, pudiendo ubicar al espectador en el ambiente adecuado para cada tipo de escena dramática. Pero esta coherencia genérica no podemos atribuírsela sólo a la labor del director, debemos también reconocerla en la orgánica labor actoral de los intérpretes y en la dirección de actores, que otorgan una credibilidad en todo momento.

Uno de los momentos que merece destacarse es la tematización de la historia de Antonio, Elena y Kuarayá por medio de un cuento que el propio Antonio ha escrito, y que sus compañeros de hospicio han decidido dramatizar como obra teatral. En esta exquisita mise en abyme vemos a un director de teatro (encarnado por el propio Forte) trabajando con una historia en la que no confía, no cree, no la entiende. De hecho, los propios actores acuden a Antonio para quejarse de esa falta de visión del director respecto de la historia; un director que considera que está escenificando un auténtico disparate.

Lo interesante de la situación opera en dos niveles diferentes: en el nivel puramente enunciativo, y en el nivel narrativo. En lo enunciativo, remite a cierto grado de autoconciencia humorística, que habíamos señalado ya como un rasgo promisorio del director, a propósito de la película Cantantes en guerra. Y es en este nivel –discursivo antes que narrativo- donde se apuntala el matiz humorístico que la película pretende incorporar. En el nivel, narrativo, la escena se presenta como una condensación de la dialéctica entre personajes que confían en la historia, vs. quienes no lo hacen; es importante recordar que el asunto principal del relato está centrado en una hija que ha perdido la fe en las historias que su padre le ha narrado. Sobre esto último, vienen a mi memoria dos referencias: por un lado, la bella sentencia de San Agustín Credo ut intelligan (Necesito creer para poder entender); y, por otro, el final de La historia sin fin, donde Sebastian –el niño humano- descubre que el remedio para curar a la emperatriz, y con ello evitar la destrucción de Fantasía, está simplemente en ponerle un nuevo nombre; para Sebastián, ponerle un nombre es sinónimo de volver a creer en Fantasía.

Tanto la visión de la pieza teatral que se quiere representar, como la identidad de esa hija, requieren de algo esencial: de alguien que sea capaz de creer en lo auténtico, en la singularidad. El director teatral trata a su material con la misma indiferencia que el sistema capitalista trata a Elena, como un elemento más a descartar, no un fin en sí mismo, sino un mero medio. Los locos, por el contrario, acuden a Antonio convencidos (Agustinianamente) de que, sin fe, no hay escena.