Lego Batman es la mejor película sobre Batman de los últimos cinco años, al menos desde El caballero de la noche. Todos los males que se les achacan a Batman asciende, de Nolan, y a la insufrible Batman vs. Superman, como el tono grave, la solemnidad o la oscuridad impostada, Lego Batman los derriba ya desde los créditos iniciales cuando, desde el off, el protagonista explica el rol que cumple cada logo corporativo. De entre el mar de referencias que despliega el director Chris McKay, se destaca la serie de televisión de los 60, como si la película de Lego, con su gusto por la parodia, el humor tonto, el colorinche y la autoconciencia, dialogara con ese show lisérgico y las dos compartieran una misma tradición, la de la comedia, que el universo fílmico del encapotado en algún momento interrumpió y nunca volvió a retomar (seguramente a partir del Batman de Tim Burton). El humor es un arte de la inteligencia y la ligereza ayuda a pensar y a moverse mejor: Batman Lego, al igual que la película de Lego de 2014, dispara una cantidad altísima de ideas y chistes por segundo, tanto que a veces hay que esforzarse para seguirle el ritmo. El mapa de referencias es sobreabundante y algo exagerado, en la trama entra casi cualquier franquicia que pertenezca a Warner, ya sea El señor de los anillos, Harry Potter, King Kong o los distintos personajes de DC; el director asemeja un nene que pone a jugar juntos toda clase de juguetes diferentes. El relato funciona mejor en la primera parte, cuando se trabaja más con el miedo de Batman a formar una familia y con su pose de superhéroe como manera de lidiar con el problema (un rejunte de lugares comunes psicologístas que se ríen de las películas y de la historieta). Cuando el Guasón da inicio a su plan maestro para destruir Ciudad Gótica, la película descuida un poco su mundo y todo se vuelve una carrera agotadora de chistes, guiños y burlas dirigidas contra la narración clásica. A partir de ahí, Lego Batman muestra sus límites, su horizonte más bien escueto (algo parecido pasaba en Lego: La película, que del musical ambicioso del comienzo, se transformaba en un objeto más bien gris sobre la mitad y perdía el brillo del principio). La animación, sin embargo, sigue siendo un espectáculo que vale por sí mismo: salvo por el agua, el humo y algún otro elemento, todo en la película, desde un rayo gigante hasta un mar de lava, está recreado con fichas Lego, y si bien la técnica es digital, el trabajo puesto en las dimensiones, la luz y la textura de cada pequeña parte hace que todo parezca filmado, como si se estuviera ante un prodigio del stop-motion. Algunos gags se construyen sobre una notable aleación de montaje, elaboración de los planos y materialidad, como cuando Alfred le dice a Bruce Wayne que tiene que ir a una fiesta, y el millonario se niega mientras se arrastra por el piso y sube las caleras sin despegarse del suelo y haciendo berrinches. O cuando Batman regresa la baticueva y todo le devuelve el eco de su soledad: el silencio, el vacío de los encuadres o los pasillos mal iluminados de la mansión construyen la comicidad de la escena. Por otra parte, hay que decir que el doblaje se deja escuchar y hasta permite que varios chistes funcionen, aunque uno nunca llegue a olvidarse de que se está perdiendo las voces Will Arnett, Zack Galifianakis o el acento british de Ralph Fiennes. El argumento para justificar el doblaje en estos casos es que se trata de cine dirigido a un público infantil, pero en la sala (jueves a la tarde) había varios adultos sin niños, y es sabido que una buena parte de los seguidores de las películas y las series de Lego está formado por espectadores que jugaba con los Lego cuando era chicos (o sea: que son adultos ahora). Como si eso fuera poco, la película exige una atención y un conjunto de saberes sobre el cine y la cultura en general que interpelan a un público adulto: durante la proyección, me cansé de escuchar comentarios de nenes que no entendían nada de lo que pasaba (les preguntaban todo a los padres) y que casi nunca se reían con los chistes, incluso con los gags más físicos y menos complejos. La cuestión es saber si no se está clasificando como infantil una película que no lo es solo por una decisión mercantil (junto al de los jóvenes, es el nicho que más vende), y si en un futuro cercano será posible que los adultos y los jóvenes (los que pueden leer dos líneas de corrido sin perderse, al menos) tengamos la opción (alguna) de ver películas animadas en su idioma original.