Tres años atrás, el departamento de animación de Warner Bros. se la jugó con el primer largometraje protagonizado por minifuguras de Lego, un formato que venía funcionando muy bien en videojuegos, series de TV y películas directas en formato hogareño. “La Gran Aventura Lego” (The Lego Movie, 2014) sorprendió desde su humor irreverente, su incorrección política y sus personajes, tanto originales como lo ya hartos conocidos por la cultura pop. El resultado fue un éxito inesperado que abrió la puerta para una secuela, una historia de Ninjago y “Lego Batman: La Película” (The LEGO Batman Movie, 2017).
El Caballero Oscuro ya había robado cámara durante las aventuras de Emmet y compañía, era lógico que, tarde o temprano, se fuera a ganar su propia película en solitario porque, al fin y al cabo, es BATMAN.
Phil Lord y Christopher Miller –responsables del primer film- se hicieron a un costado y dejaron que el Chris McKay, productor de “Robot Chicken”, entre otras cosas- se hiciera cargo de esta nueva versión del Hombre Murciélago, sin dejar de lado el universo que planteó “La Gran Aventura Lego”.
Sí, aunque no lo parezca, “Lego Batman: La Película” se rige por las mismas reglas que su antecesora y, si bien ya no hace referencia “al más allá” y a los verdaderos responsables del juego, esa idea absurda sigue de algún modo latente en los habitantes de ciudad Gótica.
Si la primera película basada en los encastres daneses apelaba al espíritu lúdico de grandes y chicos, a dejar volar la imaginación y a rebelarse contra las reglas; acá, esas normas ya están implícitas y la narración puede concentrarse en contarnos otra cosa.
Curiosamente (o no), “Lego Batman: La Película” logra mostrarnos una de las mejores interpretaciones del encapotado. Entre mil chistes, referencias (a los cómics, las películas y otros tantos personajes), los gags y los subtextos, se esconde una de las historias más profundas y humanas del Caballero de la Noche. Chris McKay y los guionistas, entre ellos Seth Grahame-Smith, logran equilibrar la acción más desenfrenada, el humor sin respiro y varios conflictos que, desde hace 78 años, persiguen al personaje de Bob Kane y Bill Finger, sin la necesidad de esa solemnidad, la seriedad o la furia contenida de otras versiones de la pantalla grande.
El Batman Lego no es la “versión definitiva”, pero con sus defectos y virtudes se acerca bastante a lo que más esperamos. Recién al terminar de ver la película nos damos cuenta de que acabamos de presenciar al mejor justiciero de todos los tiempos.
No se puede decir mucho sin spoilear la mitad de las bromas, los chistes o los grandes cameos que tiene el film. La historia pasa por el mismísimo Bruce Wayne/Batman (voz de Will Arnett), demasiado acostumbrado a salvar el día por sí mismo y volver a su solitaria mansión a regodearse en sus logros. Su relación con el Joker, “su más grande enemigo”, no es tan exclusiva, lo que deprime al payaso del crimen quien, dolido por este desplante, decide entregarse a las autoridades junto al resto de los villanos, dejando al encapotado sin un propósito específico.
Gotham está atravesando por varios cambios, incluyendo la llegada de una nueva comisionado de policía. Barbara Gordon (Rosario Dawson) viene a ocupar el lugar de papá Jim, y sus ideas sobre combatir el crimen son muy diferentes a las del justiciero. El planteo es simple y brutalmente honesto: si en todos estos años, con Batman a la cabeza, la delincuencia en Gotham no mermó ni un poquito, ¿por qué seguir a apañando a un vigilante que no logar que los criminales se queden mucho tiempo tras las rejas?
Sin villanos que combatir, ni intenciones de trabajar en equipo junto a Barbara y el resto de la policía, Batman se refugia en su donde, de repente, debe intentar cambiar su estilo de vida y aceptar sus responsabilidades paternas, después de adoptar, sin querer queriendo, a un huerfanito hiperquinético llamado Dick Grayson (Michael Cera).
El Batman de Lego es egoísta, arrogante, negador y bastante irresponsable cuando se trata de pequeñines, pero bajo toda esa ira acumulada y unos abdominales muy bien trabajados, hay un hombre que todavía necesita el amor de una familia, aunque se resista a aceptarlo.
La construcción visual (¡je!) de la película es impecable. Un desparpajo de formas, colores, ladrillitos digitales y explosiones totalmente inocuas. El absurdo se da cita cada cinco minutos, pero nunca desentona dentro de este universo bizarro donde el Murciélago es un justiciero súper inteligente que gusta del rap metalero (¿?), Robin es un nene ingenuo que aprende rapidísimo y el Joker es un malvado cargado de sentimientos.
Todo tiene sentido dentro de este hermoso sinsentido donde los efectos de sonido son tan “reales” como las emociones que destilan estos personajes plásticos. Hay acción, hay música y hay frases superadoras en medio de un festín de referencias que van a dejar a todos contentos: a grandes, a chicos, al fan de Batman y al hijo del vecino que nunca leyó un cómic en su vida, pero puede dejarse llevar por las locuras (y no tanto) que plantea esta historia 100% superheroica.