Olvídense de Batman vs. Superman, y de varias de las últimas franquicias. Todo el cinismo, el absurdo y la incorrección política latentes en el personaje de DC explotan en esta maravilla animada, con un Batman miniaturizado como Lego que es pura ponzoña. El canadiense Will Arnett, un especialista en voces de animación, es en cierto sentido el mejor Batman de la pantalla (grande y chica). “He envejecido maravillosamente”, se jacta mientras un monitor muestra a las distintas versiones de Hollywood en formato regresivo, desde Ben Affleck hasta Michael Keaton, terminando en la versión panzona de Adam West –y a la luz de toda la bilis y el humor derramados en los minutos previos, sin duda que envejeció mejor–.
Todo es ingenioso en Lego Batman: su llegada a la mansión en la Baticueva (después de batirse con toda clase de villanos y monstruos legendarios en composé de ladrillos, incluyendo a Godzilla y King Kong), el modo displicente (siempre con la máscara a cuestas pero –eso sí– con medio pecho al aire, en descanso doméstico) con que cocina en el microondas, la parsimonia con que se acomoda en su enorme microcine para ver una de Tom Cruise, sus risas y comentarios sobre la película, y, sobre todo, su peculiar relación con el Joker vociferado con igual genialidad por Zach Galifianakis.
Este Joker ha puesto en vilo a Gotham City tan sólo dejando una bomba bajo el suelo, que desparramaría a la ciudad cual castillo de naipes (claro, es una ciudad armada con Lego); pero antes que la maldad, lo que distingue a este Joker es que se siente ofendido. ¿Cómo osó Batman a entreverarse con Superman? ¿Acaso no es él su peor némesis? Joker estaría dispuesto a desbaratar la operación tan sólo con el reconocimiento de esta primaria enemistad. “En 76 años, nunca me dijiste, ‘te odio’”, le reprocha, despechado, al hombre murciélago. Pero este Lego Batman es egocéntrico al extremo; se encogerá de hombros y, antes de ceder a un pedido, armará su liga junto a Robin (Michael Cera), Batgirl (Rosario Dawson) y su mayordomo Alfred (Ralph Fiennes, con acento inglés).
No todo brilla como oro en la versión de Lego. Las batallas son remolinos, varias imágenes por segundo que vuelven difícil focalizar lo que está ocurriendo; es, sin duda, el absurdo lo que subraya la idea, pero en este caso falla. Los diálogos, las parodias, en cambio, son implacables. Atentos a eso, la película es una perla de animación para grandes y chicos (pero sobre todo para los primeros).