Soy yo. Evidentemente el problema es mío. Se estrena otra producción de LEGO. LEGO, o sea los Rasti por excelencia del país del norte. Ese juego para armar. LEGO. LEGO. No sé si soy claro. LEGO. Digo, porque el espectador va a ver esta marca tantas veces durante la proyección de Lego Ninjago que lo mío es bastante recatado. Es más, considerando el estreno de “Batman LEGO:: la película”, hace poco más de siete meses, es innegable la intención de que estos ladrillitos para armar los tengamos incrustados en el inconsciente la suficiente cantidad de tiempo como para no dudar un instante a la hora de elegir regalos de navidad, año nuevo, reyes, cumpleaños, día del niño, etc.
Acá, en la Argentina, en el jardín de infantes conocimos los bloques de madera, los Daki (esos bloquecitos de plástico con decenas de dientes de plástico que se encastraban unos con otros y por supuesto los Rasti). Más sofisticado era Mecano (piezas de metal ya bastante más industriales).
Este rescate emotivo no existe per sé porque claramente LEGO no existía en esa época. Es más de lo mismo. La primera de estas ideas, allá por 2014, instalaba algo interesante: Un padre tan obsesionado por las maquetas que construía, que no las podía disfrutar con su propio hijo. Es decir una introducción con acción real que luego se transformaría en una historia animada sobre este juego.
Las tres producciones cinematográficas, sustentadas por la versión Star Wars para la TV y otras menudencias, son dos excusas a la vez: 1) para vender más juguetes principalmente; 2) gozar de cierta impunidad para mofarse un rato de los clisés de la industria yanqui.
En los productos para complejos multi-salas de alto alcance están virtualmente incluidas todas las generaciones, y en este aspecto no sería de extrañar que algún nefasto jueves vernáculo nos encontremos con LEGO Woody Allen, LEGO Chaplin o LEGO Frank Sinatra. Nada cambia. Sólo es necesario un trío de guionistas nerds fanáticos de cualquier saga millonaria para que le encuentren los gags necesarios y efectivos, de manera tal de “engatusar” al espectador el tiempo suficiente como para salir del cine habiendo reído un rato mirando dibujitos sobre un juego para armar cosas.
No es para sentirse mal. Uno diría… ¿tanto ver Tarkovsky, Herzog, Fabio, Kurosawa, para llegar a esto? No, mi estimado consumidor, debemos ubicarnos en el envase que nos toca. Tratar de encajarse en esta película es como cuando uno trata de ponerse en el lugar exacto, en cual se abre la puerta del subte para entrar primero. No hay otra premisa que apretar un poco las neuronas y tratar de divertirse un rato, como sucedió hace algunas semanas con Las aventuras del Capitán Calzoncillos.
Dicho de otra manera, no intente ser el aguafiestas que en una de casamiento quiere escuchar Miles Davis, mientras todos bailan al son del Disco Samba. Ambos ritmos son culturales y pertenecen a todos. usted se tiene que adaptar a ver ladrillitos romperse mientras se dicen frases alegóricas al cine de superhéroes o de Bruce Lee.
Es más, mire nuevamente el afiche. El título. No jodamos. Si aparece Jackie Chan y hay una secuencia entera dedicada a títulos del cine de artes marciales que hoy suenan naif (¿graciosos?), no hay mucho para analizar. Toda fórmula se agota. De hecho los primeros 15 minutos son aburridísimos ¿el resto? El resto funciona por insistencia. Y sí, se va a reír en unas cuantas pero… ¿Y…?