Lejos de casa

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

CÓMO SER FELIZ

A Florencia sus padres se la han ido pasando de aquí para allá sin detenerse a pensar un momento qué es lo que pasa con ella, por qué manifiesta tal carácter autodestructivo. Cuando arranca Lejos de casa, sus problemas de adicciones generan el hastío de su padre. La solución, claro, es mandarla a pasar unos días con su madre en Pinamar que -nos enteraremos luego- la abandonó cuando era muy chica. La película de Laura Dariomerlo traza un prólogo veloz y feroz (algo que se repetirá en el epílogo), donde muy pocas escenas le alcanzan a la directora para construir un retrato de la desolación de su protagonista. El viaje de Capital Federal a Pinamar, entonces, servirá como remanso para el relato, que encontrará a partir de ahí otros tiempos, y también para la vida de Florencia, que se acercará a una suerte de epifanía y caminos posibles mientras transita las calles arenosas de la localidad balnearia.

Es cierto que la película de Dariomerlo se recuesta en algunos clichés: Florencia anda siempre con su vieja cámara de fotos a cuesta, en un estereotipo algo peligroso de chica indie torturada. Claro que hay algo interesante en cómo la película va horadando ese lugar común hasta reconvertirlo en otro y, también, en cómo Cumelén Sanz construye una criatura que se aleja del perfil bucólico del que buena parte del cine argentino independiente abusa. Es como si en su derrotero ella pudiera aceptar que muchos de sus modos son formas de la autodefensa, como así también el estereotipo es un recurso de la película para identificar al espectador. El desacople de ese lugar de seguridad al que Florencia persona y personaje pertenecen llega en su fricción con los personajes que la rodean, especialmente su madre (Ana Celentano) y un kioskero que le alquila una pieza (Gabriel Gallicchio). Ambos se alejan de los estereotipos y se vuelven complejos, incluso con espacios que no terminan de ser rellenados por la película, como el vínculo que mantiene el kioskero con un dealer que recorre la ciudad, tal vez el personaje más flojo de Lejos de casa. En definitiva serán ellos los que alejen a Florencia de su zona de confort y la hagan discutir con sus demonios.

Una vez que Florencia se enfrente a una situación límite, su mundo parecerá acomodarse nuevamente. O no. El epílogo de Lejos de casa presenta sus particularidades: otra vez las elipsis, otra vez una alteración del tiempo narrativo diferente a la del nudo del relato. Pero lo que en el comienzo era un viaje a la oscuridad del corazón de la protagonista, es ahora su reverso exacto. Los conflictos parecen haber llegado a su fin y el amor, lectura de Love story de Erich Segal mediante, surge irrefrenablemente. Hay algo en la música, que ya había generado su sorpresa extra-diegética en algún paseo en bicicleta, que baña todo con el espíritu de un cuento. Lejos de casa reconstruye así una mirada de la felicidad estereotipada. Como si Florencia no pudiera escapar, en todo caso, de construcciones prediseñadas para evidenciar sus emociones. Ese juego resbaladizo con la percepción de lo que es real y lo que no vuelve a Lejos de casa más interesante aún.