Florencia (Cumelén Sanz) es obligada a compartir tiempo con su madre (Ana Celentano), tras no poder el padre de la primera (Daniel Kuzniecka) controlar sus pasos y por eso decide enviarla Lejos de casa (2020), como dice el título de la nueva película de María Laura Dariomerlo (Rosa Fuerte), una propuesta que se destaca por la sustancia de los personajes presentados y una búsqueda que trasciende su formato.
Propuesta que prefiere en silencios y en lo no dicho avanzar con un guion, de Javier Martínez Foffani, que explora vínculos filiales y relaciones amorosas y pasionales, en el derrotero de Florencia, de encontrarse tras años con su madre, luchar contra sus propias adicciones y deseos, se despliega un universo con reglas propias y en el que llegada al pueblo en donde Diana (Celentano) se destaca como médica configurará el material para que Lejos de casa consolide algunas ideas que deben celebrarse.
Los cuerpos que muestra, libres, deseantes, hacen progresar la narración hacia lugares inimaginados y dependiendo mucho de aquello que el guion depara a Florencia como próximos pasos, pero también por el peso del pasado, enunciado de manera superficial en algunos momentos.
Personajes satélites, como Sebastián (Gabriel Gallicchio), o Lunguito (Abel Ayala), amigos otrora, compañeros de negocios turbios, tal vez algo más, impulsan las acciones de la joven hacia situaciones en las que tal vez Florencia no pueda regresar ilesa, pero, principalmente, en su perderse en el pueblo, en alcohol y drogas, donde hay un pedido de más información a gritos, una necesidad de terminar de cerrar una historia de la que poco conoce.
Y mientras busca, dolida, con inseguridades, deposita en los otros sus propios miedos y miserias, aun en sus objetos de deseo, como cuando le cuestiona a Sebastián su permanencia allí “¿no te deprime tanta chatura?”, siendo que en realidad desea profundamente pertenecer a algún lugar.
En ese pertenecer gran parte del atractivo radica en Diana, un personaje fantasmagórico, para Florencia, pero también para el espectador, que trata de hilvanar la decisión de dejar al cuidado del padre a la hija, constituyendo, además, una imagen sobre la maternidad diferente, anómala para el cine nacional, y que junto a un pequeño puñado de películas, como Mi amiga del parque (2015), o recientemente, Las buenas intenciones (2019), no hacen otra cosa que reflejar la decisión de mujeres que si bien son madres, la maternidad no completa sus verdaderas intenciones, como, en este caso, dedicarse a sí misma y a la profesión.
Una puesta clásica, pero no por eso menos efectiva, que dosifica la información de los personajes, menos de Florencia, logra generar la inquietud de querer saber más de ellos, eslabón necesario para avanzar empatizando en la historia.
La delicada fotografía de Adrián Lorenzo, quien también asiste a Dariomerlo en cámara, juega con los comportamientos y estados de ánimo de la protagonista, configurando así, en su paleta apagada, con claroscuros contrastantes, la atmósfera ideal para que la narración cuente también desde ese lugar.
A las logradas composiciones de la protagonista, se suman Gallicchio, la recuperación de Kuzniecka para la pantalla, y una composición de Celentano potente y justa, necesaria para que Lejos de casa trascienda sus propias leyes y se convierta en un manifiesto sobre otros posibles vínculos entre padres, madres e hijos, amigos, parejas, más allá de su disfraz evidente de coming of age.