Al principio pensé que me había equivocado de sala. Lo juro. O que Jia Zhang-ke estaba haciendo alguna parodia de una película que pronto terminaría para empezar la verdadera. Pero no. Esa comedia excesiva y melodrama ampuloso sigue y sigue durante un buen rato y uno tiene la sensación que el realizador chino está tratando de encontrar una nueva/vieja manera para contar sus historias. Esa primera parte –filmada en video rudimentario, con actores en plan vodevil y situaciones ampulosas y teatrales– se extiende más de 45 minutos. Al final aparece un cartel que dice: “Una película de Jia Zhangke”.
Ahí entendemos dos cosas. Por un lado, que no nos equivocamos de sala y, por otro, que Jia es consciente que el estilo usado en esa primera mitad no es usual en él. Ese cartel nos dice que no nos equivocamos y que confiemos. Y confiamos. Y el director de PLATFORM nos lleva por un camino curioso y extraño, inusual en él, pero con el que llega a destino, pese a algunos tropezones.
Resumiendo, la primera parte del filme transcurre en 1999 y está contada a modo de comedia comercial, narrando un triángulo amoroso entre una mujer, un obrero de una mina de carbón y un “nuevo rico” de esos que empezaban a surgir entonces allí. En un tono paródico y con actuaciones propias de un cine mainstream asiático, Jia aprovecha ee triángulo para poner en primer plano los cambios culturales y comerciales del país, como si nuestra protagonista fuera la “China” tironeada entre la tradición y la modernidad, entre los trabajadores y los nuevos millonarios.
Ella se quedará, finalmente, con el millonario y después del cartel que nos anuncia que estamos en 2014 recuperaremos a los personajes hoy, en un estilo algo más cercano al que el director nos tiene acostumbrados. Allí, claro, se verá como fueron modificándose los personajes y, a través de ellos, el propio país. El obrero que está en las últimas, el millonario que se fue a Shanghai y solo sueña con que su hijo hable inglés y sea un ciudadano del mundo. Y, en el medio, una madre presionada por ambos lados. Así, mientras las ciudades pequeñas se transforman en megalópolis, los trenes bala pasan volando y algunos ya no saben hablar bien chino, se nos pone al día de los cambios de la familia y del país.
La tercera parte tendrá lugar en el futuro, en Australia más precisamente, y si bien es la más floja del filme (hablan en un inglés trabajoso, digamos), es la que pone en primer plano los miedos y misterios que aguardan a China en el futuro. En el medio, el país sigue adelante, lidiando con sus permanentes y extraños cambios. Así, mientras una melodía cantonesa se repite como un mantra y el evidentementente metafórico “Go West”, de los Pet Shot Boys, se vuelve leit motiv del filme, MOUNTAINS MAY DEPART (incomprensible título en inglés, salvo que uno lo piense como “hasta las montañas se nos van a ir”) nos pinta 25 posibles años de la vida china a través de cuatro personajes y tres estéticas distintas.
China es un país en el que todo choca con todo, en el que conviven la obsesión con el futuro con el respeto por el pasado y en el que Jia parece manifestarse por el apego a una tradición un tanto menos occidental, una que incluya “Go West”, pero que avance a ese “mítico Occidente” de a poco y sin destruir todo a su paso…