Crecer en la ausencia
Jia Zhang Ke, el notable realizador de Still Life (2006) y Platform (2000), entre otras, entrega con Lejos de ella (2015) un film sensible y melancólico, compuesto por tres episodios que abordan el amor, la lucha de clases, la soledad y la pérdida sin golpes bajos ni subrayados.
1999, 2014, 2025. Tres cifras, tres años, tres estados de ánimo y –en cierta medida- tres mundos distintos. En el primero de esos mundos se gesta la relación entre Tao y Zang, jóvenes que habitan la China pre- capitalista. Él es un muchacho impulsivo, de buena posición social, un tanto arrogante. Frente al amigo en común que tiene con Tao (que también aspira a conquistar su corazón), sólo puede reaccionar con violencia, poniendo en escena todo su arsenal, metaforizado con la pirotecnia de trazo grueso que tanto le gusta hacer estallar. Ante esa personalidad, no resulta llamativo ver cómo en el 2014 se convirtió en multimillonario, cómo el dinero y la ambición hizo que su matrimonio fracasara, cómo el reverso de esa realidad es la parte que muestra su otrora amigo, enfermo por los estragos de una industria que quiere acumular de cualquier forma, cueste lo que cueste. En el 2025 el relato transcurre casi íntegramente en Australia. Allí, conocemos a su hijo ya adulto, enfrentándose en el extranjero a la ausencia de la madre, la omnipresencia del padre, la desconexión frente a una urbanidad gélida, desencantada. Hay en ese presente algunos signos que lo religan a sus antepasados; pulsiones que miran hacia esa China que ya es historia.
Con una filmografía que lo consagró como uno de los maestros del cine internacional, Jia Zhang Ke vuelve a revelarse en Lejos de ella como un humanista, capaz de ver en una genealogía los signos de un mundo en permanente mutación. En su cine, lo espiritual no termina nunca de escindirse de lo social. En una de las escenas más conmovedoras del film, Tao llora la muerte de su padre y arroja con furia a ese hijo que no la conoce del todo, que no puede mirar lo mismo que ella ve en ese cuerpo sin vida, porque la distancia impuesta por el padre es lingüística (el chico terminará hablando sólo en inglés) pero a la vez sentimental. Allí se enfrentan la tradición y la modernidad, enfrentamiento que la cámara del realizador captura con un dejo de melancolía.
Lejos de ella también se cimenta sobre lo que no se ve, sobre lo que debemos percibir. El paso del tiempo es, también, el peso del tiempo. Peso que nos hace pensar en lo que pudo haber sido si ella se quedaba con el chico más humilde, si él lograba no transformarse en un inmigrante, si ese hijo hubiera sido otro y se hubiese criado en el lugar en donde sus padres fueron jóvenes. Jia Zhang Ke nos arroja esas preguntas de manera orgánica, sin subrayar las decisiones de los personajes, tan sólo haciendo un compendio de situaciones clave que los muestran en la mayor parte de los casos como personas vulnerables. Nada de todo eso se podría conseguir sin la sensible, austera (en términos de economía gestual), visceral actuación de todos los actores, en esta historia que ya puede incluirse en la lista de lo mejor del 2016 en materia de estrenos internacionales. Bienvenida sea.