Film chino aséptico pero interesante
La madre separada debe llevar a su hijo con el padre. Y en vez de llevarlo en avión, lo hace en tren, porque es más lento. La explicación que le da al chico, el regalo que le hace con ilusión de madre, el momento en que ambos al fin comparten algo, son quizá los instantes de mayor ternura que hemos de contemplar en esta obra de Jia Zhangke.
Acaso ahí se encuentre un punto en común con Fassbinder o Kaurismaki. Pero sólo ahí. La historia se cuenta en tres etapas, de 1999 a 2015. Dos muchachos se enamoran de la misma chica, ella elige el de futuro más prometedor, el otro formará su familia sin poder salir nunca del pozo (significativamente, trabaja en una mina), el futuro enturbia sus promesas aunque algunos puedan aprovechar la modernización del país, el vástago tiene las llaves de su casa materna, pero no sabe ni dónde queda la casa, ni la lengua de sus mayores, ni siquiera si la madre está viva.
A todo lo largo hay sueños, indecisiones y malas elecciones de juventud, una mujer linda que se va secando velozmente, un enamorado pobre, un ganador amargado, desazones, frustraciones, alejamientos, pérdidas, humillaciones, angustias, reemplazos indebidos y un interminable, etcétera. Como se advierte, esto daba para un dramón chino, de esos que se ven con el pañuelo en la mano, exagerados, tremendistas, de actores desbocados. O para un melodrama chino estilizado, envuelto en poesía, como los que hace cada tanto el versátil y talentoso Zhang Yimou, maestro. Pero Jia Zhangke prefiere la moderación absoluta, la estilización aséptica, el aplauso de "Cahiers du Cinema". El sabrá lo que hace.
Película interesante, de todos modos, por lo que muestra sin siquiera mencionarlo: la falsedad del comunismo, la absorción de la cultura occidental, la pérdida de raíces, las tristes ironías de la vida, la lágrima que no termina de salir.