En el transcurso de sesenta días los estrenos cinematográficos en la pantalla argentina contabilizaron cuatro realizaciones donde el tema de la homosexualidad es el que se desarrolla en la trama principal.
Innegablemente esto sucede debido a la nueva situación social igualitaria que sacó a las personas homosexuales de la Argentina de la condición de seres marginales.
En la cinematografía argentina, si bien se han visto muchas realizaciones en las que se visualizaban “mariquitas”, el tema del amor homosexual, sin estereotipos que inclinaran a la burla, fue tocado de manera sugerente y muy pocas veces, ya en época de democracia se pudo ver historias de relaciones entre hombres en “Adios Roberto” (Enrique Dawi, 1984) y en “Otra historia de amor” (Américo Ortiz de Zárate, 1986), aunque la base argumental se enfocaba a parejas que se formaban accidentalmente entre un gay y un “hétero” por crisis anímicas de éste último, el tema no se profundizaba y la “redención” venía cuando el “no gay” volvía a su “correcta” vida (hay que tener en cuenta la época en que se rodaron). Sin embargo, décadas antes hubo un realizador que abordó el tema de los vínculos homosexuales de manera profunda (toda una avanzada para esos años y por las presiones a las que estuvo sujeto), fue Daniel Tinayre en el policial “Extraña ternura” que hizo en 1954, y quien había tocado también el tema en el año 1952 en “Deshonra”, drama que transcurría en una cárcel de mujeres y que contenía una subtrama en la que se desarrollaba una relación lésbica.
En 2010, con los cambios referenciados todavía en plena transformación en el pensamiento social, Liliana Paolinelli presenta su obra que comienza de manera simbólica con la pantalla a oscuras y un diálogo en el que Ruth, le revela a Estela, su madre, que es gay y que la amiga con la que comparte su casa desde hace catorce años es en realidad su pareja.
Cuando la pantalla se ilumina se ve a dos mujeres en la cocina de una casa de clase media en la que no hay hombres. Ante esta revelación Estela se esforzará por comprender de qué se trata el lesbianismo, lo hará mediante libros que tratan el tema y hasta le pedirá a una amiga que la acompañe a un bar donde se reúnen las lesbianas. También aceptará la nueva posición que tiene en su mente la amiga de su hija y verá, con más sorpresa que dolor, como una relación homosexual entra en crisis como cualquier relación heterosexual.
Contiene esta obra cinematográfica un mensaje casi obvio que es la curiosidad de los heterosexuales por un mundo al que se le ha tenido miedo, al que se lo ha calificado en algún momento de “lacra social” y sobre el que todavía existen algunos pruritos que sólo el tiempo eliminará.
Una comedia dramática llena de pequeños gags que coadyuvan a la construcción de los personajes en su vida cotidiana. Una vida común, sin mayores pretensiones, en la que se le da prioridad a los vínculos.
Claudia Lapacó aprovecha al máximo su primer protagónico cinematográfico al componer a una mamá con una vida regida por las normas conservadoras, pero que busca adaptarse a los cambios, por momentos la actriz cae en algunos desbordes que sin embargo no le juegan en contra porque la imagen de “la madre argentina” es precisamente desbordada. Virginia Inocentti, actriz premiada por sus trabajos en cine, le da mesura a su personaje de Ruth, su trabajo se acerca al estereotipo pero no lo sobrepasa. Ana Katz, en uno de los pocos personajes “héteros” le da convicción al rol de la otra hija de Estela, la que se ha hecho abortos, un tema que podría haber abierto una subtrama argumental, pero que la realizadora dejó acertadamente en la referencia.
Una obra cinematográfica que aporta un contundente metamensaje a todas las espectadoras: “las lesbianas también existen”.