Todavía no terminamos de acomodarnos en la butaca cuando comienza el temblor. Alguien nos deposita justo en el pico de un diálogo decisivo entre madre e hija. Las escuchamos pero no las vemos, pues la pantalla aún está en negro. "¿Qué pasa con Nora?", pregunta mamá Estela (Claudia Lapacó), y su hija Ruth (Virginia Inocenti) responde que Nora es su pareja desde hace catorce años. Así lo dice, sin más, con perfil bajo. Sin un cultivo previo del "gran momento", sin transiciones narrativas ni hipérboles interpretativas. Pisamos un suelo singular. Nuevamente, como ya lo había hecho en Por sus propios ojos, el timón de Liliana Paolinelli nos marea con convicción. Y eso hay que agradecerlo.
Sucede que habíamos creído con perezoso automatismo en la estampa que el afiche pretendía vendernos: una comedia de enredos quizás grotesca con una madre conservadora en proceso de descubrir que tiene una hija lesbiana. Uno imaginaba que Lapacó recopilaría indicios y enfrentaría escenas incómodas hasta llegar finalmente al grito de ¡Oh! que el póster pondera con su costumbrismo a todo color. Uno suponía que iban a contarnos el camino hacia esa revelación. Y resulta que la confesión es apenas el inicio de otro arco, una curva que en vez de revelar prefiere confirmar un principio conocido y comprobado por todos: nada es seguro en este mundo.
La "noticia" impone sus síntomas. Primero Estela se desmaya, luego le cuenta el caso al cura del barrio y más tarde le pide a una vecina que la acompañe a un boliche gay. Ella quiere investigar, y ciertos acordes de ritmo marcial que surcan la banda sonora parecerían escoltar una actitud policial que la hija no tardará de reprochar. Y es entonces cuando asoma, otra vez, esa extrañeza con la que Paolinelli sella el devenir de sus criaturas. Si bien Estela luce descolocada, en la relación con su hija y su pareja no exhibe ningún rastro de pánico o vergüenza, mucho menos de malicia. Todo lo que hace en la ficción es absolutamente comprensible dentro del marco que propone la película. Con exquisita precisión, Lapacó y la directora nos conducen hacia una lectura irrebatible: esta madre está haciendo lo que puede como puede. Y por sobre todas las cosas, no quiere ver a su hija sufrir.
Habría que preguntarse hasta qué punto Estela no era realmente consciente de esta verdad que ahora su hija viene a explicitar. Pero llega un momento en la historia en donde el tema de la orientación sexual ya no es lo importante. Lo verdaderamente difícil es acompañar a un hijo en el amor, reto que la protagonista no había experimentado hasta entonces. Por allí pasa Lengua materna, por esa estación que no por visitada o incluso previsible resulta menos dolorosa. En definitiva, la película nos prepara para un golpe. Tan clásico como real y fulminante.