Política sexual en plan de comedia
“Algo mal habré hecho”, se dice Estela, recién recuperada del desmayo que le ocasionó la súbita confesión de la hija. “Hace catorce años que soy lesbiana, mamá”, le largó de pronto la cuarentona Ruth en la cocina, tras un ligero apriete de mamá. Un poco después, Ruth concederá que los catorce años de lesbiana tal vez podrían estirarse a veinticinco o veintiséis, al tiempo que Estela pasa del período jurásico de su mentalidad a una fase más desarrollada de comprensión materna. Escrita y dirigida por la realizadora cordobesa Liliana Paolinelli, la acertada idea de tratar cuestiones de política sexual en plan de comedia se logra en Lengua materna sólo de a ratos. Lo que sí logra Paolinelli plenamente en su opus 2 (luego de Por sus propios ojos, 2007) es abordar la cuestión desde un punto de vista amplio, en el que no hay lugar para condenas express o alguna forma de intolerancia.
Un primer y estimable logro consiste en bajar el asunto a tierra, evitando sermones, generalizaciones y bajadas de línea. Que Ruth (Virginia Innocenti) se haya pasado su entera vida amorosa sin que mamá Estela (Claudia Lapacó) se desayunara sobre su elección sexual habla de una larga historia de secretos, omisiones y fallos en la comunicación familiar, sin necesidad de diálogos explicativos. Que en la primera escena Ruth confiese, sin que Estela le pregunte, cuatro abortos de su hermana Carlota (Ana Katz), remite también a una pica fraterna que el desarrollo no hace más que confirmar. En la antideclamatoria visión de Paolinelli, ser lesbiana es una elección, no un paraíso: la pareja integrada por la empresaria gastronómica Ruth y la candidata política Nora (Claudia Cantero) no anda del todo bien. Incluyendo la presencia de una tercera en discordia (Mara Santucho, una de las Cuatro mujeres descalzas de Santiago Loza), con la que Nora tendrá más de un apronte caliente.
Lo que funciona algunas veces sí y otras no tanto es el sentido del humor. Resulta todo un hallazgo una clásica secuencia de comedia de equivocaciones, en la que para investigar el mundo en que (supone que) se mueve su hija, mamá Estela va a un boliche gay en compañía de una vecina (la apropiadísima María Simone), fingiendo ser lesbianas y siendo tomadas por tales. Producto de la matizada observación de la realizadora, que Estela abra la cabeza no quiere decir que no se comporte como mamá pesada (cierta visita a la casa de Ruth y Nora tiene carácter de intervención, en el sentido militar del término) o como una desubicada absoluta (una borrachera, durante una cena, genera entre piedad y vergüenza ajena). Sin embargo, ciertas incursiones en el humor físico no resultan igualmente felices. Como el momento del desmayo, resuelto de un modo que lo asemeja a un mal gag televisivo.
En términos de estilo, Paolinelli combina diálogos sobrescritos, que generan ping pongs sumamente teatrales, con una suerte de costumbrismo atenuado, pasando de la más cuadrada estética de plano-contraplano a fueras de campo que parecen salidos de una película experimental. Con parecida inconsecuencia, una escena en una clínica está encuadrada a gran distancia, cuando el resto de la película está filmada casi enteramente en planos medios. En términos de marcación actoral –rubro esencial, teniendo en cuenta que la puesta en escena tiende a descansar sobre el trabajo de las actrices–, lo de Claudia Lapacó orilla en más de un momento el unipersonal, mientras que a Virginia Innocenti no siempre se la nota cómoda con el tono ligero que se intenta imponer.