¡Grande Má!
“Nora no es mi amiga, es mi pareja. Hace 14 años que vivimos juntas.” Eso le dice una hija (Virginia Innocenti) a su madre (Claudia Lapacó) ni bien comienza Lengua materna. Ruth está cerca de los 40 y Estela jamás hubiera pensado que ante una pregunta común y corriente la respuesta modificara su mundo y abriera una catarata de información sobre sus hijas que ahora parecen dos perfectas desconocidas. Estela padece eso de “no preguntes si no quieres saber”, pero como después de determinadas acciones ya no se puede volver atrás, todo lo que continúa es seguir caminando hacia adelante. De ese tránsito trata este filme de Liliana Paolinelli (Por sus propios ojos), de si es posible volver a retomar (o iniciar) una comunicación materno-filial cuando ya somos grandes.
Ruth, seguramente, se abre y se dice porque su relación de pareja está atravesando una crisis, que aunque no quiera reconocer se refleja en la cotidianeidad de la convivencia, en las ausencias, en los viajes programados, en los escarceos infieles de Nora que si bien no ve, a nosotros espectadores nos quedan bien claro. Su tardía salida del clóset ofrecerá un panorama servido para la comedia que el guión explota con timing e inteligencia. Los prejuicios a la orden del día, las opiniones del cura confesor de Estela o de su amiga, las miradas de los Otros y sobre los Otros se desarrollan ante nuestros ojos y causan sonrisas y más de una carcajada. Pero además lo que ocasiona este coming out es la posibilidad de una madre de entrar en la vida de su hija, con lo que de intromisión y cariño, -así, en tándem indivisible-, se presentan en cada nueva pregunta o procura de acercamiento y que implican un necesario apre(he)nder un mundo desconocido. Todo es tan nuevo que uno necesita que le muestren la casa nuevamente aunque ya la haya visitado miles de veces, como si el ahora informado pase de amigas a pareja cambiara la disposición de los muebles o agregara un nuevo cuarto a la vieja vivienda. Sutilezas de este tipo abundan en Lengua materna.
Y en este intercambio que se pone en funcionamiento quedan expuestos los prejuicios que ambas partes sostienen para ser. Los esperables de una mujer mayor se atenúan con el afecto maternal y la defensa a ultranza de la opción sexual de su hija (“en esta casa no se va a decir ni un insulto en presencia o ausencia de Ruth” o “no perdí una hija, gané otra”), el cariño que, después del shock primero, patina todas las decisiones de Estela. Los de Ruth, surgen menos sutiles (“¿mamá que hacías en ese boliche -exclusivo de mujeres-?, me das vergüenza”) y permiten observar una mirada precisa sobre el mundo gay que muchas veces resulta tanto o más conservador y discriminador que el heterosexual.
Quizá los varios aciertos de la película (actuaciones y puesta en escena que logran la naturalidad merced a la rigurosidad de lo que se intuye previamente planificado y el siempre difícil registro de la comedia por encima del costumbrismo o el grotesco) son los que dejan en evidencia ciertas faltas que ocasionan que no sea ésta una cinta completamente lograda. Hay situaciones que se alargan en demasía (el bingo, el asado, la escena final), alguna errática decisión sobre a qué darle preponderancia en lo que se cuenta y algunos personajes apenas dibujados que no superan la necesidad del guión (la hermana, por ejemplo).
Lengua materna es una película hecha por mujeres y sobre mujeres, pero no sólo para ellas. Porque ellos in absentia sobrevuelan el paisaje. Y porque no sólo muestra una de las partes más invisibilizadas de la homosexualidad, como son las lesbianas, sino porque rompe estereotipos y plantea adultamente los temas que desarrolla integrándolos a la trama y sin caer en didactismos ni en panfletos doctrinarios. Que haya en la película chicas que amen a chicas no es más importante que los chantajes emocionales que se originan en las relaciones familiares o los errores humanos o los cariños incondicionales o los fracasos amorosos. Y eso es algo que hay que festejar.