En el caso de Lengua Materna, estamos ante una película pequeña que apunta a las relaciones entre madre e hija. El planteo va más allá de la identidad lésbica del personaje de Virginia Inocenti. Los estereotipos de una madre con su nuera o su yerno son universales, así como las culpas y peleas, y responden a modos de comportamiento esperados, que, cuando se cuestionan mínimamente descolocan a todos los integrantes y producen una tensión a subsanar.
Esto también provoca el sano efecto de desnaturalizar lo no marcado y hace foco en una relación que rápidamente se asimila.
Se destaca especialmente el papel de Claudia Lapacó, que ya ha dado amplias muestras de su fuerza dramática en su extensa y variada trayectoria, como la madre que, a la hora de aceptar, no tiene conflictos.
Más allá de cuáles sean las intenciones de su directora, hay un interesante atisbo de crítica al rol del fetichismo en las mujeres, y una carga paródica al piscoanálisis de café sobre las presuntas motivaciones de una lesbiana. La relación madre hija se sobrepone a todo esto, y la película ofrece una mirada que demuestra, más que nunca, que ninguna teoría puede ofrecer una explicación de todas las formas de las relaciones sociales o de cada modelo de práctica política. Frente a ello el cine se revela como un elemento disparador, y siempre es de aplaudir el hacer independiente que profundice estas líneas.
Lengua materna alude a eso que se hereda, a lo que, como la lengua que aprendemos al nacer, tiene que ver con mandatos y determinaciones. Es una película donde lo afectivo es estructurante, y dispara complicidades, con un broche final muy consistente que sostiene lo dicho.