Nuevas costumbres
Algún desprevenido puede pensar que el estreno de Lengua materna responde a un cálculo oportunista, una vez que el Congreso de la Nación aprobó la ley de matrimonio igualitario y Satanás dejó de merodear sobre el destino de los genitales de muchos hombres y mujeres. Lo cierto es que filmes como Lengua materna (o Una pareja despareja, Mi familia, 80 días, por citar algunos títulos recientes) sintonizan con un Zeitgeist, un espíritu del tiempo, a pesar de que los representantes del Altísimo execren el laicismo progresista de algunas naciones.
La cineasta más importante salida de Córdoba, Liliana Paolinelli, vuelve con su segundo filme de ficción. Al igual que Por sus propios ojos, se trata de un filme de mujeres, aunque aquí su interés no pasa por indagar sobre las relaciones de poder entre clases sociales diferentes (y en segunda instancia entre hombres y mujeres). Lengua materna no es un drama carcelario sino una comedia costumbrista heterodoxa, no tanto por su tema (el amor entre mujeres y la aceptación y comprensión de una madre respecto de su hija lesbiana) sino por el modo de abordar un género proclive al lugar común y a la fórmula.
La historia es casi una anécdota. Una madre descubre que una de sus hijas ama a una mujer, una diputada un poco más grande. Su hallazgo alimenta su curiosidad acerca del tema, además de entusiasmarla por la felicidad de su hija, lo que jamás despierta prejuicios religiosos, aun cuando rece por ella todas las noches. Una visita a un bar gay coronará su inquietud práctica, y una hipótesis naturalista sobre el primer objeto amoroso de las mujeres en los primeros meses de vida le ofrecerá sosiego intelectual, aunque su aprendizaje mayor será constatar que los vínculos amorosos son siempre complicados.
Si bien el relato aquí es más clásico que en su película anterior, Paulinelli esconde delicadamente sus virtudes formales como cineasta; su elegancia es casi invisible: cuando la madre habla sobre su hija respecto del tema, la realizadora elige mantener a los personajes en fuera de campo. Se escucha el diálogo, pero se verán primero algunos planos fijos de varios árboles para luego pasar a un breve travelling sobre los personajes. Lo mismo sucede con la resolución de un conflicto en el seno de la pareja: una elipsis ejecutada a través de un fundido en blanco con la aparición del rostro de la diputada indica paso del tiempo y una consecuencia previsible. Además, todas las interpretaciones son sólidas, y Claudia Lapacó como la madre entrega un trabajo memorable.
Paolinelli retrata amablemente un giro en el ethos de nuestra sociedad, o cómo las costumbres se modifican cuando la imaginación moral se desmarca de algunas creencias que constriñen la experiencia humana a descripciones mezquinas respecto de la diversidad y la lógica del deseo. El inteligente plano final, con uno de los pocos hombres en escena, entonando el mantra conservador “¡Qué barbaridad!”, simplemente nos recuerda que el prejuicio se vence con paciencia, y también con películas como Lengua materna.