Bella melancolía
El director Mario Martone logra una correcta biopic sobre el poeta y filósofo italiano Giacomo Leopardi, uno de los intelectuales del siglo XVIII más reputados. Conde, quien en su temprana infancia tuviese acceso a una biblioteca del conde Monaldo, su padre, que le permitió el rápido aprendizaje de la filología y el dominio de varias lenguas, pero siempre bajo los rígidos postulados religiosos que iban en contra de la naturaleza y el libre pensamiento de su hijo.
Leopardi, el joven fabuloso, en primera instancia define a su protagonista como un personaje torturado desde el aspecto físico, padecía una mezcla de raquitismo y tuberculosis vertebral (Mal de Pott), por lo que los dolores corporales, graficados desde su incipiente joroba, lo acompañaron hasta el lecho de su muerte por la enfermedad del cólera, en Nápoles, ciudad en la que el poeta italiano estuvo recluido junto a su amigo y primer biógrafo Antonio Ranieri.
La ambientación de la Italia de fines de 1700 y la primera mitad del 1800 (Leopardi nació en 1798 y murió en 1837) funciona en la película como catalizador de distintos escenarios: por un lado, la decadencia de la propia nobleza, en la que el conde Monaldo dilapidó sus riquezas, y por otro la avanzada del bonapartismo que marcaba altos niveles de conservadurismo. Tampoco puede dejarse de lado el rol del catolicismo frente a las ideas revolucionarias de los intelectuales, quienes si bien aceptaban la obra de Giacomo Leopardi, le criticaban su pesimismo cósmico aunque valoraban su estilo y su prosa luminosa.
Infatigable en lo que hace a su producción literaria, algunos de los hitos de este joven erudito italiano forman parte del núcleo del film, donde puede apreciarse su pluma y su pensamiento alineado a las filas del romanticismo. No obstante, también desde la puesta en escena el realizador italiano construye el espacio para escapes alucinatorios del protagonista y para la poesía, que encuentra en las imágenes un complemento ideal.
La banda sonora cuenta con un hallazgo que contrasta con el resto del repertorio musical al insertar un tema moderno para una película de época, pero que no desentona con los fines dramáticos y para los que el aporte actoral de Elio Germano resulta imprescindible. Sin sobreactuaciones, compone a un Leopardi melancólico, pero con una enorme sensibilidad por la naturaleza y la condición humana.
Tal vez en donde haya que hacer algún reparo, más allá de su extensa duración, es en la presentación de los personajes principales con muy poco desarrollo en lo que hace a la psicología o a la manera de pensar de la época.