Lugares seguros
Andrey Zvyagintsev dirige una película cuya densidad se hace sentir. Denso es el transcurrir de sus planos morosos y cuidados; denso es el tormento que le toca vivir al protagonista en un territorio que no deja resquicio posible para respirar. Estéticamente, opta por la vía académica, esto es, el refugio que puede elegir un cineasta prolijo en sus encuadres, moderado en sus desplazamientos de cámara e irreprochable en el cuidado de fotografía e iluminación. De ahí el lirismo evocado a partir de esos exteriores que no parecen dejar lugar al espectador para el reclamo. Es que frente a un cine de calidad, la seguridad es un camino de certezas y de belleza estandarizada.
No obstante, Leviathan no invita a la mera contemplación sino que introduce ideas. La elección del título no refiere únicamente al Antiguo Testamento; más bien, incorpora el imaginario del libro de Hobbes sobre la política y el poder. Es en ese mecanismo donde comete el error en el que incurren aquellos que se arrogan la perfección visual y técnica para expresar algunas ideas fuertes pero esquemáticas acerca de una cultura, sociedad o religión. En este caso, seguimos el padecimiento sin fin de Kolya, el protagonista que no solo sufrirá las traiciones de seres queridos sino la corrupción de un grotesco alcalde decidido a arruinarle la vida. El extenso periplo desgraciado del soldado retirado se transforma en una pesada desolación que concuerda con el paraje en el que vive. Zvyagintsev intenta plasmar una dimensión metafísica del mal y para ello se apoya en ciertas referencias bíblicas que, lejos de agazaparse, asoman con cuestionable evidencia. De igual manera, introduce símbolos (un enorme esqueleto de ballena) y signos obvios (un cuadro de Putin) que acaso demuestren su impericia para congeniar el plano artístico y el ideológico. Para colmo, aparece un personaje que oficia de cura para narrar la historia de Job y lo hace según su conveniencia. Nadie es redimible en esta tierra de sombras y de corrupción.
Al parecer, algunos sectores del poder político y del pueblo ruso se sintieron molestos por la mirada amarga y deprimente que del país promueve la película. Si bien se trata de un reclamo inocuo, puede ser sólo atendible en un aspecto: su visión maniquea. Es como pensar que Relatos salvajes es una expresión acabada de lo argentino.