Kolya Sergeyev (Aleksey Serebryakov), es un mecánico que vive en un pequeño pueblo costero del norte de Rusia junto a su esposa, Lilya (Elena Lyadova), y su hijo Roma (Sergey Pokhodaev), que pertenece a un matrimonio anterior. La vida aparenta ser tranquila, más allá de los roces propios de la convivencia con un adolescente que reniega de la nueva pareja de su padre, hasta que este hombre que ha dedicado su vida a construir un hogar y una familia en el lugar que lo vio crecer, ve todo su esfuerzo y su futuro amenazados por la ambición del poder.
La estabilidad de Kolya peligra cuando Vadim Shelevyat (Roman Madyanov), el alcalde local, pretende comprar el terreno donde se alzan su casa y su taller a un precio irrisorio, con el objetivo de construir un centro comercial en su lugar. Gracias a sus contactos e influencias, el político obtiene un permiso municipal para llevar su proyecto adelante a pesar de la negativa del dueño, que no quiere vender ni tiene interés en el dinero. Es entonces cuando Kolya acude a un viejo amigo del servicio militar, Dmitri (Vladimir Vdovichenkov), que viaja desde Moscú para darle una mano y defenderlo en el litigio, aunque su intervención acaba siendo un problema más en la vida privada de Kolya.
Leviatán es una adaptación libre de la historia bíblica de Job, en la que el director Andrei Zvyagintsev muestra, por un lado, la vida de un hombre que intenta seguir los principios y valores con los que ha sido criado, incluso cuando estos lo alejan de las personas que lo rodean y en un punto, acaban por difuminarse y perder sentido. Por otro lado, aparecen los elementos más corrosivos de una sociedad, para los que priman el capital, el poder, la ambición y el avance por sobre los miembros más débiles de una cadena que, lentamente, se acaba comiendo a sí misma.
Rodeados de un paisaje áspero, aislado y frío, cada uno de los personajes se va enfrentando a las versiones más crudas de sí mismos, hasta quedar solos con sus propias decisiones y, en definitiva, sus consciencias. Ayudadas por este escenario, la fotografía y la música, realizada por nada menos que Phillip Glass (responsable, entre otras bandas de sonido memorables, de The Truman Show), sumen al espectador en una desolación que ayuda al relato y al avance de esta historia dramática que, más allá de toda alegoría, vale la pena disfrutar en la pantalla grande.