Un paranoico esquizofrénico entra a un bar. Crítica a ‘Leyenda: la profesión de la violencia’
Se le debe a Tom Hardy un reconocimiento, es el actor actual más violento en la pantalla grande, y no me refiero a que sus películas sean en sí violentas, sino que su método performático se caracteriza por ser provocador y temible. Le atribuyo esta designación, por muchos debatible, a una pose en particular que está presente siempre y que en Leyenda: la profesión de la violencia se convierte en una especie de guiño o marca del personaje.
La tensión tira como una cuerda a punto de cortarse. Los personajes discuten, mientras el intercambio avanza Hardy se acerca a su contraparte, pierde de momento la palabra y presta su oído, escuchar se vuelve de pronto el centro del universo, puesto que es la palabra la ignición que enciende la pólvora y precipita el desastre. Hardy está atento, pero el otro no, puesto que hay una advertencia en la inclinación del cuerpo preparada para asestar el primer golpe. Los ojos nunca sostienen la mirada, no puede distraerse, tampoco quiere persuadir ni intimidar, los hecho se deben suceder en el orden dispuesto por un sentimiento que es verdadero y es reflexivo.