Una pasión de hermanos
El punto de vista es el de Frances Shea (Emily Browning), una joven inglesa que con fuerte y proletario acento cockney cuenta una época, pero sobre todo el deslumbramiento que sufrió cuando conoció a Reggie Kray, estrella es ascenso del hampa en la década del sesenta, que junto a su gemelo Ronnie (ambos interpretados de manera deslumbrante por Tom Hardy), construyó un imperio en el East End londinense, un territorio que cinematográficamente, funciona de manera similar al Bronx o a Little Italy, barrios de los que se lucha por huir y al que finalmente los personajes aceptan que no es solo una cuestión geográfica, sino que más bien lo llevan puesto y que esa característica marcará su destino. Trágico por cierto.
La historia es la de los hermanos Kray, una sociedad de hecho entre Reggie, algo así como un self-made man, un hombre que desde la pobreza se contruyó a si mismo forjándose una reputación como gángster y su versión psicópata y deforme, Ronnie, el hermano con problemas (que para la época sumaba otro, era gay y le gustaba que todos estuvieran al tanto), el que va determinar no solo la suerte de ambos sino de buena parte de los que los rodean.
La lustrosa puesta que despliega Brian Helgeland, director de películas como Devorador de pecados y Destino de caballero pero sobre todo reconocido como guionista de Los Ángeles confidencial y Río místico, exhibe orgullosa la ajustada reconstrucción de época entre calles con casas humildes e idénticas de ladrillos rojo, autos de colección y legendarios night clubs, el marco ideal para contar una historia real (que ya había sido llevada al cine en The Krays, de Peter Medak, con los hermanos cantantes de la banda new wave Spandau Ballet) aunque más allá del ascenso, la violencia de sus actos, las relaciones con la mafia estadounidense y la esperable caída de los feroces gemelos, el relato se centra principalmente en la relación amor-odio entre los hermanos y en paralelo, en la historia entre Reggie y la inocente Frances, un personaje que sería algo así como la chica que intentó ser turista de un mundo que no le pertenecía.
Es decir, tanto la línea argumental que tiene como eje a los hermanitos mafiosos como la otra dedicada al matrimonio sin futuro, no encuentran el tiempo necesario para desarrollarse por completo a pesar de que la misma película logra presentar un material jugosos en términos narrativos para ambas historias, sin inclinarse de manera decisiva por ninguna de las dos.