Leyenda: La profesión de la violencia

Crítica de Javier Califano - Proyector Fantasma

Brian Helgeland (LA Confidential, Corazón de caballero), se propone, no sin varios traspiés, trazar una suerte de simetría o metáfora épica en la figura de los gemelos Krays , como si se tratase de los Rómulo y Remo del hampa Londinense, en una historia de vida adornada como una espiral descendente respecto de la tragedia y la caída de los Krays.

Aunque los Krays eran gemelos -ambos magistralmente interpretados por Tom Hardy – sus personalidades eran muy diferentes, ambos fueron ascendentes figuras del crimen organizado en el East End londinense hasta finales de los años 60, momento en que el relato de Brian Helgeland decide poner el foco y énfasis en el romance de Reggie Kray con Frances Shea (Emily Browning) .

En la película, Ron Krays es retratado como psicótico inestable, todo un caso psiquiátrico, que esta fuera de las instituciones mentales mediante intimidaciones y contactos del bajo mundo con el poder político que supo forjar su hermano. Como los opuestos se atraen, Reggie Krays en principio se muestra extremadamente encantador y refinado, pero oculta una bomba de tiempo a punto de detonar, más aun en todo lo que respecta a la tensa relación de amor-odio-culpa con su hermano Ron Krays.

Como ocurrió con películas como Black Mass (2015), cada vez son mas las adaptaciones que pretenden inspirarse en novelas biográficas, en el caso de Leyenda: La profesión de la violencia, basada en la novela The profession of violence: The rise and fall of the Kray twins de John Pearson, las producciones se distancian respecto a aquella realidad de la que pretenden inspirarse, para terminar encasilladas en la caricatura anecdótica de célebres personalidades del mundo del crimen organizado.

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Desde su secuencia inicial, Leyenda: La profesión de la violencia, se defiende al anunciarse inspirada en hechos reales, pero todo rudimento de veracidad decanta por la falta de perspicacia que lleva al relato a abusar del caldo de cultivo autoreferencial de buena parte de la representación cinematográfica de la mafia.

Dicha figura ya no es transgresora, menos aún desde una apuesta narrativa que se aleja de la historia concreta que pretende contar, optando por esforzarse en parecerse a otras películas del género. Queda en evidencia una distorsión del manual de estilo de Martin Scorsese ante tantas referencias a Buenos Muchachos (1990), o a historias de amores imposibles ante sentimientos y lealtades contrariadas claramente influenciada por el Michael Corleone de El Padrino (1972) de Coppola. Los gángsters retratados en Leyenda son un modelo para armar según lo que ya tantas veces nos contó Scorsese: hombres adustos que pasaron de ascendentes matones a comerciantes exitosos pero colmados de vacíos existenciales, que urgen por desviarse nuevamente hacia el submundo fuera de la ley.

Además de Tom Hardy, Emily Browning completa el elenco principal, marcando una vez más su distancia y carencia emocional ante los roles que interpreta. Curioso caso el de esta muchacha, que con su tez de porcelana y no muchos atributos más, está confinada a la perpetuidad de la damisela expuesta al deseo de los “monstruos” de turno, se trate de la gótica soñadora de Sucker Punch (2011), o el narcolepso objeto deseo de Spleeping beauty (2011).

Leyenda: La profesión de la violencia, no es mucho más que la descomunal labor de Tom Hardy, un actor dotado con carisma innegable y un magnetismo fuera de lo común, muy propio de un Marlon Brando contemporáneo. Hardy se carga sobre sus hombros este fallido ejercicio de policial gansteril/relato de la mafia, logrando que resulte -en parte- un placer disfrutar de su trabajo plagando de matices a sus contrariados personajes.

Leyenda: La profesión de la violencia es la evidencia concreta que las películas de la mafia hoy son autoreferenciales, y por ello prima la necesidad de encontrar vueltas de tuerca o recursos narrativos idóneos para el género.