Un doblez sin claroscuros y con algunas torpezas
Los hermanos gemelos y el cine son de relación fructífera, siniestra. Entre varios ejemplos, dos magistrales: Tras el espejo (1946), con Olivia de Havilland desdoblada en crimen ejecutado por el maestro de las sombras y alemán Robert Siodmak; y Pacto de amor (1988), con Jeremy Irons en trance dual, alucinado de pasión quirúrgica, cortesía de David Cronenberg.
Con Leyenda, la profesión de la violencia toca el turno al ascendente Tom Hardy, quien recrea vidas y violencia de los hermanos Ronald y Reggie Kray, gángsters verídicos de la Londres de los '60. Conforme a una dicotomía explícita, Reggie es el más centrado, con sapiencia e intuición de negocios, además de vida matrimonial; mientras Ronald requiere de medicamentos que le controlen, liberado del psiquiátrico por influencias, con una conducta (homo)sexual desbocada.
Con tales premisas, teñidas de crímenes y Swinging London, el film de Brian Helgeland no puede menos que atraer. Pero el encanto noir y british apenas si rasguña. El director norteamericano ‑de títulos como Revancha y Devorador de pecados, además de guionista prolífico‑ planifica un film de acción con torpeza y golpes de efecto. Por eso, podría decirse que Tom Hardy, por físico, es el actor justo. Cuando sucede la escena del bar, las piñas y el martillo, la contundencia es bestial, algo paródica. Apariencia que no permite fisuras ni grietas por donde transcurra una sensibilidad distinta, como la que el mismo actor profesara en la noir y notable La entrega, con guión de Dennis Lehane.
De modo tal que en vano querrán buscarse en Leyenda tintes poéticos, de angustia y doppelgänger. El doble es visto aquí como un artificio para el lucimiento de un actor desbocado o retraído, pero sin matices. También para los artilugios técnicos que permiten la participación de los personajes en el mismo plano. No hay claroscuros ni crimen como la más bella de las artes. En todo caso, distingue la fotografía de Dick Pope, para una reconstrucción de ciudad y barrios luminosos, de decorados y artificios digitales, que participan sin problemas con la dentadura falsa de Hardy y su Ronald Kray.
Si no hay angustia no hay sombras. Si no hay sombras, poco se esconde. De manera tal que Leyenda puede ser visto como un film más o menos curioso, incapaz de problematizar, tendiente a la caricatura y el lugar común: en este caso, la participación obvia de Chazz Palminteri. Que sobre el desenlace las caracterizaciones de Reggie y Ronald varíen de manera inversa, no añade complejidad, sino otro golpe de efecto, superficial, sin anidar en aquello que no se puede decir con palabras, en donde sólo pueden atisbar mentes cinematográficas, como las de Siodmak y Cronenberg.