La película se anunciaba como una nueva aproximación a la conciencia traumatizada del soldado israelí, en la línea de Vals con Bashir, de Ari Folman; y Z32, de Avi Mograbi. Es decir, tenía todas las cartas para recaer en los lugares comunes de este nuevo subgénero; sin embargo, la propuesta de Maoz es realmente original.
Sumergiendo al espectador en el interior de un tanque durante poco más de 24 horas de combate, el director consigue hilvanar un discurso fílmico de género (con arquetipos en continua agitación psicológica) cuya trepidante, claustrofóbica y pesadillesca fisonomía lleva a buen puerto el deseado exorcismo de la memoria. El tanque de Líbano no dista demasiado del Humvee de Generation Kill, la barca de Apocalypse Now o el submarino de La caza al Octubre Rojo.