En junio de 1982, durante la Primera Guerra del Líbano, un tanque de guerra israelí es despachado en búsqueda de una aldea hostil arrasada por la Fuerza Aérea. Lo que parece ser una simple misión gradualmente se va descontrolando, convirtiéndose en una verdadera trampa mortal.
Líbano es una mirada crítica de la crudeza de la guerra que se basa en las experiencias de su guionista y director, Samuel Maoz, reclutado a sus 20 años como artillero de un tanque en ese mismo período. Sólo dos planos son los que se hacen desde fuera de la máquina, el primero y el último, por lo que literalmente se verá el conflicto bélico desde adentro, estableciendo un contacto con el exterior por medio de la radio o del uso constante del periscopio. “La misión es simple” se le dirá a los cuatro veinteañeros inexpertos y asustados, lo que tendrán que hacer es conducir el tanque a través de una aldea que ya fue destruida por los propios aviones para ver si quedó algún hostil. Pronto la situación se revelará más peligrosa de lo que se pensaba y la máquina de matar, lejos de ser una protección, se convertirá en una trampa mortal a merced de los ataques enemigos.
Son las primeras 24 horas de una batalla que esos jóvenes no quieren combatir, soldados que no aceptan el privilegio de decidir quien vive y quien muere, por lo que se paralizan a la hora de efectuar un disparo. No están dispuestos a sacrificarse por su bandera, sino que quieren volver a sus hogares junto a sus familias. Pecan incluso de demasiada inocencia confiando ciegamente en las órdenes de sus jefes, cuando la realidad revela que lo único que a estos importa es que el tanque no caiga en otras manos. En una escena clave el comandante Gamil (Zohar Shtrauss), típico líder de ejército de cualquier película sin importar su nacionalidad, es espiado por los soldados mientras habla con un superior por medio de la radio. Este hombre que se muestra entero y confiado a la hora de dar órdenes a sus subordinados deja ver que se encuentra igual o más desesperado que ellos ante su situación. El instinto de supervivencia emergerá entonces al encontrarse presas del enemigo, haciendo lo impensado para escapar con vida.
Es un mérito del guionista y director el enfocar el conflicto desde el interior de la máquina y mantener ese punto de vista a lo largo de toda la historia. No obstante durante la primera etapa habrá mucho contacto con el exterior, por medio de la mira, tratando de mostrar lo que serían las caras del horror. Un anciano, un niño, una mujer, gente que lo perdió todo mira directo hacia el tanque desde afuera, invirtiendo momentáneamente el punto de vista y pasándose un poco a la zona de los golpes bajos, algo que se completa con el plano de un burro que llora herido desde el suelo. Una vez que se abandone esto en pos de aferrarse a las sensaciones de los soldados, la película mejorará notablemente como un reflejo crítico de una dura realidad en la que ninguno quiere ser un héroe.