Temple de acero
Extraordinario alegato antibélico, premiado en Venecia, transcurre enteramente dentro de un tanque.
“El hombre es acero. El tanque es sólo hierro.” Hay un dato quizá no aleatorio para ojos argentinos: mientras nuestro país estaba en plena guerra por las Islas Malvinas, comenzaba el enfrentamiento entre israelíes y sirios. El ahora director Samuel Maoz ingresó en el tanque de guerra donde se desarrollan los 93 minutos de Líbano , ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia, como artillero. Ese día de junio sus pies chocaron con el suelo seminundado del tanque, saludó al comandante, al conductor y al cargador de municiones, y allí Líbano arranca.
No dejará muchas cosas en pie, empezando por la esperanza de que el salvajismo de la guerra se aplaque de una vez, y siguiendo con la ingenuidad de quienes cómodamente apoltronados en sus butacas crean que lo que están viendo es sólo una mera ficción.
En breves pantallazos y diálogos Maoz presenta y construye a sus personajes, que tienen carne, y sangre en sus venas: no es fácil crear esa verosimilitud, ni siquiera generar esa empatía con seres como estos soldados que no están cerca del espectador.
Y no es Líbano un trabajo amateur, ni documental, ni experimental: basado en sus propias experiencias, a Maoz (Shmulik en la película) no le tiembla el pulso a la hora de mostrar cómo niños y civiles indefensos son asesinados, y la desesperación del cuarteto encerrado al quedar en pleno territorio enemigo, sin ayuda para poder escapar cuando el tanque se detenga.
La película transcurre enteramente dentro del tanque (se ve lo que acontece en el exterior sólo a través de la mira del cañón), pero lo que pasa allí afuera es tan horrendo que los que miran no son simples obervadores, sino que forman parte, participan de la guerra. Por momentos Líbano tiene muchos puntos de contacto con Vivir al límite , de Kathryn Bigelow: mientras la estadounidense ofrecía la locura de los ataques al aire libre en Irak, Maoz apela al encierro, la claustrofobia, y si los sonidos en Vivir...
eran pieza fundamental del engranaje, aquí el ruido del desplazamiento de la mira juega como elemento dramático, lo mismo que la visión nocturna, virada al verde.
Aquella frase del comienzo ( El hombre es acero, el tanque es sólo hierro ) es la que Shmulik advierte y lee apenas ingresa en el tanque. Hay que tener un temple de acero para sobrevivir lo inconcebible.