Géneros degenerados
Scott Derrickson sorprendió hace casi dos años con Sinister, una de esas historias clásicas sobre una mansión poblada por fantasmas aquejados por un desenlace terrenal trágico, cuya falta de originalidad era suplida por la destreza del director para crear suspenso donde a priori no lo había y su capacidad para dosificar la información. El resultado, entonces, era una película pequeña, concentrada en una anécdota mínima, inquietante y que, por sobre todas las cosas, asustaba en serio.
Parte de esos logros se repiten en Líbranos del mal. Acompañada del temible rótulo de “basada en una historia real”, la película narra la investigación de un policía neoyorquino (Eric Bana). Mejor dicho, de tres investigaciones cuyos puntos en común están en la presencia de tres involucrados en un mismo batallón durante la guerra de Irak. Involucrados que, tal como se ve en la primera escena, han entrado en un particular trance después de observar una inscripción en una pared.
Derrickson muestra la inmersión del policía en los casos, el develamiento de sus puntos comunes y el progresivo enrarecimiento de la cotidianeidad, todo con un clasicismo poco presuroso y con buenas dosis de sustos asentadas principalmente en esa torsión rutinaria antes que en el golpe de efecto, al tiempo que la presencia de un cura experto en exorcismos (Edgar Ramírez) magnifica el carácter ominoso y oscuro del film. Hasta aquí, entonces, Líbranos…. es una propuesta sólida, eminentemente climática, filmada con el nervio de los mejores exponentes del género (de allí que El exorcista y la reciente El conjuro sean inevitables referencias).
Pero Derrickson quiere más y muestra también el resquebrajamiento de las bases familiares generado por el descuido del policía para con su esposa (Olivia Munn, la hermosa morocha con pecas de The Newsroom) e hija, además de ensayar una crítica velada al sistema y esbozar una serie de traumas acarreados por los protagonistas. Son elementos que, bien trabajados, aportarían complejidad y sentido, pero que aquí, encajados con vaselina, operan como síntomas de un film demasiado ambicioso que yerra al no querer ser simplemente una buena película de terror.
Ya sobre el final, Líbranos del mal se convierte en uno de los tantos exponentes del género, carente de la potencia inicial y con un guión con demasiados puntos irresueltos. Para colmo, se percibe un tufillo adoctrinador, como si todo lo anterior hubiera sido construido con el objetivo de mostrar la conversión religiosa de un agnóstico y no con el de contar una digna historia plena de buenos sustos.