Nueva visita a las puertas del infierno
La película dirigida por Scott Derrickson presenta a un oficial que será el encargado de resolver las señales demoníacas. Durante el transcurso del film, la historia adquiere tantas ambigüedades que pierde seriedad.
Los antecedentes eran alentadores ya que Scott Derrickson, a través de El exorcismo de Emily Rose (2005) y Sinister (2012) había encontrado algunas zonas originales al bastardeado género de terror de las últimas décadas.
Se tratara de casas habitadas por ánimas o de una inquietante posesión diabólica en el cuerpo de una mujer, el combo anterior a Líbranos del mal preveía una vuelta de tuerca a un tema que desde El exorcista (1973), un clásico imbatible, trajo pocas novedades. No es que el último opus de Derrickson sea una acumulación de lugares comunes sobre el género pero, en el desarrollo de la trama, acumulativa y al mismo tiempo dispersa, algún engranaje quedó suelto en el camino.
La nueva presencia del Mal se anuncia en Irak donde tres marines reciben una señal demoníaca.Más tarde ciertos acontecimientos límites prevén lo peor, y luego, la película presenta a un oficial (Eric Bana), confeso ateo, quien será el encargado de resolver los enigmas. Pero claro, para completar la planilla falta el Bien, o en todo caso, la palabra evangélica, ahora encarnada por un cura latinoamericano (Eric Ramírez), quien conformará una dupla desigual con el oficial de policía para pegarle una pegada en el trasero a los enviados de Satanás.
Esta nueva visita al infierno no es más que otra película que trabaja sobre los efectos inmediatos: apariciones súbitas que provocan miedo, calles resbaladizas, noches de lluvia, música atronadora para causar pánico y algún que otro capricho de los rubros técnicos que sólo suman desde el énfasis descartando cualquier sutileza. Como no ocurría en Sinistery su trama que se manifestaba desde el fuera de campo, en Líbranos del mal cada movimiento de cámara anuncia un efecto y cada frase que expresan los personajes prevé una concreción efectista del asunto.
Mientras tanto, la combinación de policial y terror tiene sus buenos momentos, sin llegar a la cáscara híbrida de otras películas sobre el tema del exorcismo. Pero se agrega un plus: las discusiones teológicas entre el oficial y el cura, a través de un debate dialéctico sobre el ateísmo y la religión que, en medio del horror que entregan ciertas secuencias intimidatorias, resuenan como simpáticas y hasta delirantes.
En esas dos o tres escenas verbalizadas, la historia de Líbranos del mal adquiere cierta inesperada ambigüedad: uno no sabe si tomarse la película en serio o todo lo contrario.