La última entrada en el subgénero de terror religioso, ese que para asustarnos saca lo peor de sus demonios, es un film mediocre que transita entre dos géneros (el policial y el horror), pero exponiendo lo peor de cada uno de ellos. La frase inicial que reza “inspirada en hechos reales” intenta generar curiosidad, pero es fácil olvidarla cuando lo que se ve en pantalla, por más que nos insistan es verídico, resulta absurdo desde su planteo y mala ejecución.
Sargie (Eric Bana) es un policía con un sentido extra para oler el crimen que, como buen sabueso, busca su objetivo y no descansa hasta apresarlo. Lo ampara la ley, aún si haciendo la vista gorda para con un antecedente claro de abuso policial. No importa, el hombre parece arrepentido, y con los años carga el peso de la culpa y busca redención a través de la prevención de crímenes. El mundo es un lugar horrible pero, afortunamante, ahí está la religión para relativizarlo. Y ese es precisamente el rol que le cabe al Padre Mendoza (Édgar Ramírez), oveja alguna vez descarriada que, como tantas otras, decide pasarse al lado luminoso de la vida, sin olvidar que en el fondo el alma humana alberga oscuridades varias.
Scott Derrickson, quien supo dirigir mejores exponentes del género con El Exorcismo de Emily Rose (2006) y especialmente, Sinister (2011), resulta poco convincente en una trama que por momentos cae en ridículos abismales (es notable la escena donde una pequeña sufre las travesuras del demonio, quien juega con un búho de peluche que hace un sonido muy poco “terrorífico”). Las caracterizaciones no son tampoco el fuerte de esta película: entre el policía italiano, que habla inglés como un australiano, interpretado por Bana, y el Sacerdote increíblemente perdonado por la Iglesia Católica tras cuestionables episodios que encarna Ramírez, uno concluye que al final Harry El Sucio la tenía bastante fácil a la hora de sufrir compañeros de trabajo. El Padre Mendoza bebe, fuma, guarda en su historial más de un buen pecado, pero al final del día se confiesa y, claro, obtiene la absolución para eventualmente tener una “recaída” y seguir pecando. La Iglesia, aparentemente, lo perdona y eso se debe a que en el fondo evidentemente es el ser humano el que obra de maneras misteriosas. No es ésto lo peor del personaje: a la hora de practicar el anticipado exorcismo parece olvidar las instrucciones, y el propio Sargie le dice “¡estás haciendo todo lo que me dijiste que no haga!”. Un grave problema para la narración de la película, que lo incorpora al relato apenas con la excusa de ese trabajo.
Líbranos del Mal es una película de terror del montón, con más de un tropiezo, que sin embargo tiene una sola virtud: se ve bien, con puestas de cámara profesionales, y una fotografía oscura acorde a lo que pide el género. Despierta, lamentablemente, demonios que no puede controlar, como quizás el de Jim Morrison, cuya inclusión en la banda sonora a través de sus Doors es tan injustificada como el clímax abrupto de la película.