Paul Thomas Anderson y el carril de la memoria
"Licorice Pizza" (2021) es un retrato hermoso, melancólico, a veces oscuro pero ni por un segundo triste de la California de principios de los ‘70s.
Escrito y dirigido por Paul Thomas Anderson, posee la especificidad de un viejo recuerdo e incorpora figuras históricas, pero se codea con el absurdo y la fantasía también. En esto se parece mucho a Érase una vez en Hollywood (Once Upon a Time in Hollywood, 2019), que hacía lo propio con la California de fines de los ‘60s. Ambos films construyen sus escenas con un detallismo artesanal pero la cadencia con la que una lleva a la otra es extremadamente casual y del todo disfrutable.
La trama es espontánea y dispersa. No es importante. El corazón de la película es la tierna y bizarra relación entre Gary Valentine (Cooper Hoffman) y Alana Kane (Alana Haim), un chico de 15 y la chica de 25 de la que se enamora a primera vista. Él es un joven precoz y antiguo actor infantil con una carrera que no da para más; ella se ha estancado en trabajos ingratos (se conocen en uno de ellos) y no ha definido aún su rumbo. Cuando ella accede a salir con él es más que nada por la atracción a su madurez, aunque pronto queda claro que es más prepotencia que otra cosa, y si bien hay química entre los dos ninguno sabe muy bien qué hacer con ella.
Esta relación cobra varias formas a lo largo de la historia. A veces es una simple amistad, a veces es más protectora y fraternal, a veces pasa estrictamente por los negocios con los que Gary y Alana pretenden inventar modas (y lucrar con ellas). El romance en cuestión pasa lista a todo tipo de celos, recriminaciones y reconciliaciones, pero se mantiene asexuado e inconcreto. Sea lo que sea que comparten entre los dos, contrasta con la ostensible sexualidad que impregna todas las transacciones e interacciones sociales a causa de la intensa comercialización de la revolución sexual. Se venden varios productos en la trama, pero claramente todos están comprando sexo.
Cooper Hoffman y Alana Haim son excelentes en su debut cinematográfico, comportándose con una naturalidad despojada de teatralidad o vanidad fotogénica pero siendo queribles, atractivos y algo enigmáticos. Se potencian en lo que es una historia de maduración entre dos personajes disimilares pero co-dependientes. A lo largo hay apariciones puntuales de actores como Sean Penn, Tom Waits, Benny Safdie y Bradley Cooper que vienen a representar el mundo adulto en su forma más alevosa y desilusionante. Entran y se roban sus escenas; Bradley Cooper en particular como un desquiciado miembro de la aristocracia de Hollywood.
La labor de producción es notable, recreando minuciosamente lo que parece ser un mundo que se extiende con profundidad en toda dirección. Jonny Greenwood de Radiohead es el compositor. La banda sonora no sólo reúne a hits que son paso obligado de la época sino que los emplea memorablemente. Y al filmar en 35mm (Anderson y su co-director de fotografía Michael Bauman son asiduos del celuloide) la textura y los colores de la imagen parecen auténticamente exportados de 1973.
Licorice Pizza es una historia de iniciación que recrea el pasado con nostalgia pero colmado de aliento y entusiasmo por el mundo de posibilidades que se extiende delante de sus jóvenes protagonistas. Su paseo por la memoria es divertido, surrealista, oscuro y conmovedor.