¿Te acordás de las comedias románticas?
Cuando una película llega antecedida por excelentes críticas como “Licorice Pizza” (se estrenó en Estados Unidos en noviembre pasado), las expectativas crecen, se multiplican con las nominaciones a distintos premios, y uno corre el riego de desilusionarse ante tanta ansiedad inflada de adjetivos. Bueno, afortunadamente no es el caso de la nueva película de Paul Thomas Anderson. El director de “Boogie Nights”, “Magnolia” y la excepcional “Petróleo sangriento” volvió con una comedia romántica (si es que aplica esta definición) a la altura de sus mejores creaciones, y uno sale del cine con una sonrisa de felicidad y contagiado de la vitalidad de los personajes.
Anderson escribió el guión sobre sus propios recuerdos (su adolescencia en el valle de San Fernando, en las afueras de Los Angeles) y los de su amigo Gary Goetzman, actual productor y ex actor infantil en la década del 70 (actuó en “Los míos, los tuyos y los nuestros”, la célebre comedia con Lucille Ball y Henry Fonda). Sus criaturas en la ficción son Gary Valentine, un actor infantil que ya tiene 15 años y ve como su carrera se esfuma, mientras trata de descubrir nuevos “emprendimientos” que le permitan ganar plata; y Alana Kane, una veinteañera sin rumbo que proviene de una estricta familia judía. Gary, con su acné y su simpatía a cuestas, y Alana, con su frustración y su cara de pocos amigos, se conocen casualmente en 1973 en una sesión de fotos en una escuela secundaria, y a partir de ahí, muchas vueltas y aventuras por delante, no van a separarse.
“Licorice Pizza” cruza los códigos de la comedia romántica y el coming-of-age (la transición hacia la vida adulta) con dos personajes entrañables que se seducen y se rechazan al mismo tiempo. El principal conflicto es la diferencia de edad (él tiene 15, ella 25), pero en los bordes hay puntos de encuentro, porque Gary creció de golpe y aparenta ser mayor, y Alana tiene la inseguridad propia de alguien que no sabe qué hacer de su vida. Así y todo ella lo rechaza, se burla, y él la cela y la persigue en silencio, mientras a veces los celos estallan del lado de ella. Este juego en donde nada se concreta, entre la timidez y el miedo, se da mientras Gary ensaya sus negocios (colchones de agua, un local de flippers) y Alana participa en castings insólitos en busca de una supuesta vocación de actriz.
Estos personajes están vivos en la pantalla por la fluidez del guión y sobre todo por la química entre dos actores debutantes. Anderson se jugó por una dupla sin experiencia pero que él conocía de cerca. El protagonista es Cooper Hoffman (hijo del gran Philip Seymour Hoffman, que falleció en 2014) y ella es Alana Haim, integrante de la banda de rock Haim, que comparte con sus hermanas Este y Danielle (quienes participan en la película). Anderson dirigió varios videos de la banda y las chicas también son oriundas del valle de San Fernando. Cuando Hoffman hijo y Alana Haim se miran parece que realmente estuvieran enamorados (o que llevan años actuando en los sets).
Hay un link notable entre “Licorice...” y “Había una vez en Hollywood” (2019), la última de Tarantino. Y no es para nada extraño porque Anderson (51 años) y Quentin (58) crecieron en el mismo ambiente cinéfilo de Los Angeles. Acá también hay guiños y anécdotas que mezclan ingredientes reales con ficción. Bradley Cooper tiene una pequeña pero intensa aparición como el odioso productor Jon Peters (ex de Barbra Streisand) y Sean Penn recrea al actor William Holden (flanqueado por Tom Waits) en una de las mejores secuencias de la película. La nostalgia sobrevuela además las dos historias, aunque no hay un intento de idealizar el pasado o glorificar aquel presente juvenil: los protagonistas se mueven en una ciudad donde la contracultura hippie ya estaba muerta, donde existía la sombra de Vietnam y, puntualmente en el 73, donde había escasez de combustible (en todo EEUU) por un embargo lanzado por los países productores de petróleo.
Los personajes no se enfrentan a esa realidad, la habitan como pueden, con sus corridas sonrientes, con su huida hacia adelante, mientras suenan canciones de The Doors, Sonny & Cher, Chuck Berry, Paul McCartney & Wings o David Bowie.
Desde las escenas amplificadas por la música hasta la fotografía y el diseño de producción, “Licorice Pizza” es una película para disfrutar en la pantalla grande. Está pensada y filmada con ese fin. Es poco probable que esté en cartel más de dos semanas (o tal vez sólo una), entonces el momento para ir a verla es ahora.