El juego de roles se encuentra presente constantemente en los personajes de Paul Thomas Anderson. Mientras buscan ansiosamente responder a esa bendita pregunta de: ¿Quién soy? Se va por la vida entre el exceso de confianza y desmotivaciones. Allí entran desde los que sienten al mundo como su propiedad, caso de Eddie Adams (Mark Wahlberg, Boogie Nights), Frank T.J. Mackey (Tom Cruise, Magnolia), Lancaster Dodd (Philip Seymour, The Master), Daniel Plainview y Reynolds Woodcock (Ambos interpretados por Daniel Day-Lewis en There Will Be Blood y Phatom Thread respectivamente), hasta aquellos donde una inseguridad interna no los deja avanzar como Barry Egan (Adam Sandler, Punch-Drunk Love), Linda Partridge (Julianne Moore, Magnolia), Larry Sportello (Joaquin Phoenix, Inherent Vice) y Alma Elson (Vicky Krieps, Phatom Thread). Lo que tienen en común es que en estas tramas adultas y engorrosas el autor siempre los deja caer rendidos ante el amor. Ya sea por la muerte de un padre. El olvido de un hijo. La pérdida de un talento. La entrega en cuerpo y alma a una relación toxica, entre otras. En cambio, en Licorice Pizza, su novena película -emulando un poco lo hecho en Punch-Drunk Love– decide ir a las bases con una historia más simple. Toma personajes jóvenes y antes de caer sucumbidos en la avaricia, orgullo y arrogancia que determinó el camino de sus demás obras, interviene cambiando su destino encontrando un equilibrio. Uno donde triunfa el amor.
En el Valle de San Fernando, Los Ángeles, Gary Valentine (Cooper Hoffman) de 15 años se enamora perdidamente de Alana Kane (Alana Haim). Gary rápidamente la invita a salir, demostrando la plena seguridad y confianza que tiene, pero Alana, una empleada de un centro de fotos, no le hace mucho caso pues tiene 25 años. Él insiste y decide ir a un lugar a cenar con la esperanza de que ella aparezca. Acto seguido, Alana, sorpresivamente asiste. Quizás aprovechando la comida gratis. En una rápida conversación se nos presenta a los personajes. “En unos años serás un hombre exitoso y te iras de aquí. Mientras, yo seguiré acá”, dice ella. “Nos iremos los dos”, responde Gary. Con confianza e inseguridad presentes inicia una historia de encuentros y desencuentros absorbidos por la cultura americana de los 70s.
Licorice Pizza es una carta de amor sobre los sueños de una vida que apenas comienza. Todo lo bueno y lo malo esta presente. Examina la misteriosa nebulosa que recorre el pensamiento de un chico que cree que puede enamorar a una adulta, abrir su propio negocio o romperle el auto a alguien que le cae mal. Es un film que aprovecha la idiosincrasia americana de la época y expone las fantasías de Gary. Es celoso y orgulloso, pero también preocupado por los suyos. Mientras que Alana vive a contra reloj. Siente que se le acaba el tiempo y que su ticket de salida de ese pueblo y esa vida no llegará. Es odiosa e interesada, pero también tiene un gran corazón que no ha podido depositar en nadie. En otras palabras. Probablemente no sean las mejores personas del mundo, ni lo vayan a ser. Ellos solo quieren ser alguien en la vida, escribir su propia historia. ¿No es eso lo que queremos todos?
La película aprovecha pequeñas situaciones que parecen no tener relación para ir construyendo la necesidad de ambos. Cuando la policía se lleva a Gary por error Alana corre hacia él preocupada. Lo mismo cuando ella cae de la moto de William Holden, interpretado por Sean Penn, él corre hacia ella. Las corridas son un punto importante. En ambas situaciones ellos están intentando hacer algo con su vida. Gary vender su nuevo negocio de camas de agua y Alana conseguir un rol como actriz en un próximo proyecto. Sin embargo, algo sale mal y el otro corre al rescate, desviando su propio camino. A pesar de que ambos se dan la idea de que nunca van a estar juntos, por la relación de edad y por sus claras diferencias, una fuerza mayor siempre los hace regresar. Hasta que finalmente, ambos necesitados, corren al mismo tiempo hacia el mismo destino.
Michael Bauman junto al mismo Anderson son los responsables de la fotografía. Bajo colores cálidos y fríos con un espectro brilloso, ambos logran transportar a la audiencia con éxito hacía, no solo la época, sino también a la atmosfera obtenida en películas anteriores del director como Punch-Drunk Love e Inherent Vice. Además, se construye un film repleto de primeros planos que se convierten en la mejor carta de presentación tanto de Cooper Hoffman y Alana Haim. Es difícil entender que se trata de sus primeros trabajos frente a una cámara. El primero, hijo del legendario y difunto Philip Seymour Hoffman, actúa como si un debutante entra a jugar un partido de primera y toca la pelota como si tuviera 10 años en el equipo. Mientras que Alana es la estrella definitiva. Pocas actuaciones en los últimos años han sorprendido tanto, entre ellas se recuerda la de Lady Gaga en A Star is Born (2018). En definitiva, sobre Haim es correcto citar la frase más anticuada del Hollywood Clásico: vayan acostumbrándose se ese rostro, porque a partir de ahora lo van a ver mucho.
Licorice Pizza aprovecha todos los recursos con los que cuenta. Es una gran película de comedia con escenas que recuerdan a la ya olvidada y pasada comedia americana, como las secuencias relacionadas con los asiáticos. Es también un film con un gran repertorio musical. Además, cuenta con pequeñas intervenciones de Bradley Cooper, Tom Waits, el ya mencionado Sean Penn, Ben Safdie, Maya Rudolph y John Michael Higgins, que nutren al guion. Refutando un poco lo expresado al comienzo de esta crítica, Licorice Pizza invita a también reflexionar sobre el futuro. Siendo honestos, probablemente Gary y Alana no vivan felices para siempre, incluso quizás sea una relación de menos de tres meses. Y, apoyando la tesis sobre el destino de los personajes de Anderson del primer párrafo, puede ser que tampoco tengan un buen final. Esto no es una certeza, es más bien una sensación. Por eso, es oportuno decir que estamos presente en casi un cuento de hadas. Queda en nosotros intervenir en el destino. Queda en nosotros, elegir primero siempre el amor.