Licorice Pizza

Crítica de José Tripodero - A Sala Llena

CON EL CORAZÓN

Como en Vicio propio (2014), Paul Thomas Anderson revive un género en clave autoral: aquí no es el noir que atraviesa las épocas, los contextos y los escenarios de un país sino que es la desgastada comedia romántica. Cierto es que ya había incursionado en esos territorios con Embriagado de amor (2002), pero ese Paul Thomas no es el mismo desde que traspasó sus propios límites y escapó de la posible comodidad acechante al hacer Petróleo sangriento (2007). De ahí en adelante todos sus proyectos fueron y son (¿serán?) magnánimos. Es así que la simple fórmula de “chico-conoce-chica-se-enamoran-se-separan-se-vuelven-a-amar” es tan sólo una estructura para él, es un croquis del que incluso puede prescindir y no retomar. Licorice Pizza es, nuevamente, una película de múltiples capas en la filmografía de PTA. Desde las reconstrucciones de época (nuevamente estamos en el Valle de San Fernando en California) hasta las citas y referencias cinéfilas.

Sobre estas formalidades sostiene a sus dos personajes principales: Alana (la guitarrista Alana Haim) y Gary (Cooper Hoffman, hijo del recordado Phillip Seymour Hoffman). Ambos representan perfiles de hegemonía contrapuestos a los construidos históricamente en la comedia romántica; entre ellos hay una vibración magnética que los atraviesa, no por nada el inicio no tiene prólogo ni plano de establecimiento. Ya a los dos minutos Alana y Gary están en pleno duelo dialéctico; nutrido de retórica (la repetición de frases), de resignificaciones y, por supuesto, de un coqueteo mutuo, el combustible necesario para alimentar el género. ¿Quiénes son estos personajes? Ella una empleada de 25 años, él un actor adolescente y mini celebridad de 15 años. La propia narración es autosuficiente en términos de fundamentos para justificar la relación asimétrica, mucho más para los guardianes de la reserva moral de estos días. Mientras él vive casi como un adulto independizado, ella vive en la casa familiar junto a sus dos hermanas (las otras dos hermanas Haim) bajo un control paterno. Los roles no solo aparecen intercambiados en estos escenarios sino que también se presentan en la dinámica inicial de esta relación rara, ejemplificado en el encuentro que tienen en el mítico y desaparecido restaurante Tail O’ the Cock (un espacio frecuente durante el desarrollo de la película).

Hay en Licorice Pizza una posta retomada de Había una vez en Hollywood (2019) en emprender un viaje (aquí por el Valle de San Fernando) dentro de un cápsula del tiempo construida a base de anécdotas cuyos ingredientes son reales (algunos en su totalidad, otros parcialmente). También hay reconstrucciones orales de algo que pudo o no haber pasado. Mientras Tarantino reescribía una parcela de la historia del cine, aquí PTA se regocija y sacude el pincel para darle forma a diferentes hechos cinéfilos, políticos, sociales, etc. que rodean la relación de sus dos personajes principales. Tal es el caso de la escena de casting de Alana y Jack Holden (Sean Penn) en el que todos los diálogos pertenecen a Interludio de amor (Breezy, 1973), la segunda y casi desconocida película de Clint Eastwood como director, una de las influencias de Licorice Pizza. En el repertorio también hay capas de crisis contextuales, como la de la escasez de petróleo en Estados Unidos durante 1973, en lo que fue el encausamiento hacia el final de la era Nixon. De ese hecho se desprende una de las escenas de acción más brillantemente filmadas y montadas con un camión, esto es, cuando Alana intenta maniobrar un vehículo sin nafta para sacarlo de una carretera. En la reconstrucción lúdica se despliega la ridiculez de las prohibiciones a los pinballs (“flippers”, para nosotros) que rigió en Los Ángeles hasta 1973, hecho que da lugar a la presentación del segmento del personaje Joel Wachs, un concejal candidato a alcalde con diversas inseguridades. Junto a Jack Dalton es uno de los tantos personajes que presenta la cartilla coral de Licorice Pizza, en una idea de perforación para segmentar cada una de las experiencias vividas por Alana y Gary.

Licorice Pizza se une -también- a la última película de Quentin Tarantino en recubrir esa nostalgia, la cual muchas veces aparece sesgada por el carácter emotivo que segregan los recuerdos, con las necesarias cuotas de historia para escaparle a la trillada frase de “todo tiempo pasado siempre fue mejor”. Vietnam sobrevuela, la contracultura hippie aparece casi exterminada y se proyecta -como consecuencia- el concepto de emprendimiento, en lo que puede pensarse como los albores del capitalismo salvaje. Gary salta de un negocio a otro con éxito y algunas torpezas, pero siempre con Alana en su horizonte. En ellos no hay un romanticismo más allá de lo platónico, en primer lugar porque las edades impiden un acercamiento físico. De esta relación se desprende que PTA fue a lo más estricto y, a la vez, al meollo de la palabra “romance”. Licorice Pizza es el corazón de Paul Thomas Anderson hecho película.