Siendo enero, puedo afirmar con facilidad que Licorice Pizza entra en el top 3 de estrenos del año (aunque técnicamente es una película de 2021). Paul Thomas Anderson creó la perfecta coming of age dentro de una elocuente carta de amor a Hollywood.
Me refiero al Hollywood anterior a las franquicias, al Hollywood que hacía negocios con el arte y no con los productos. Pero elige contarnos desde una perspectiva hiper inocente, desde una historia de amor tierna, una imposible al día de hoy, pero muy real en los 70s.
Así es como aparecen personajes tales el actor Jack Holden (que en realidad se llamaba William) interpretado por Sean Penn y ni hablar de uno de los grandes enigmas de Hollywood: Jon Peters el peluquero que se transformó en uno de los productores más poderosos de la industria. Y Bradley Cooper hace un laburo increíble en ese papel.
Pero ellos no dejan de ser adornos en comparación con Alana Haim y Cooper Hoffman. La historia de Alana y Gary es tan ideal y palpable que es imposible que no te enamores de ellos, del vínculo que construyen, de la imposibilidad por la diferencia de edad y de la fábula que resulta.
El hijo de Philip Seymour Hoffman, quien debuta aquí, heredó la estirpe de su padre y tiene un carrerón por delante. Pero la que se luce más es Alana ya que -también- es su debut como actriz y hasta ahora sola la conocíamos por su faceta musical, por lo cual la sorpresa es aún más grande. Es impresionante el magnetismo que genera.
PTM siempre narró como los dioses y aquí no es la excepción. Es su film más personal e introspectivo. Por ello Licorice Pizza es una obra maestra, un placer cinematográfico para ver en cine, algo que lamentablemente no durará mucho tiempo