Licorice Pizza es una historia de amor. De amor entre el quinceañero Gary y Alana, que le lleva diez años, pero también amor a una época, y a un lugar. El Valle de San Fernando, por 1973. Boogie Nights, juegos de placer, la segunda película de Paul Thomas Anderson, transcurría no muy lejos de allí, a fines de los ’70.
Y es clarísimo que el director de Magnolia y The Master tiene una predilección por esos amores primerizos, por el despertar sexual y por las relaciones -de amistad, de compañerismo y de pareja- que mostraba en algunas de sus realizaciones, y que aquí expone en primerísimo primer plano.
Y a diferencia de otras películas más lineales, si se quiere, como las ya mencionadas -aunque Magnolia saltaba de una historia a otra, hasta que se cruzaban-, Licorice Pizza no tiene un argumento que sea difícil de resumir en pocas palabras. Chico adolescente, con acné, conoce a chica veinteañera y se enamora perdidamente.
Lo que suceda en las más de dos horas desde que arranque ese primer encuentro en un colegio secundario, no será para nada secundario. Gary y Alana podrán desencontrarse, coquetear con extraños, extrañarse, y la historia de amor seguirá siendo la misma.
PT Anderson puede trabajar en El hilo fantasma con un intérprete como Daniel Day-Lewis, meticuloso, obsesivo, un estudioso de la actuación, y en su película siguiente llamar a dos desconocidos, y que además nunca habían actuado en una película.
Hay una explicación en la selección de Cooper Hoffman y Alana Haim como los protagonistas. Ellos están íntimamente ligados al realizador. Cooper es hijo del fallecido Philip Seymour Hoffman -gran amigo y actor de varios filmes de Anderson-, y Alana es integrante de la banda Haim, de la que el realizador dirigió varios videoclips. ¿Quieren más? La madre de Alana fue maestra de PT Anderson.
Y Cooper y Alana les vino bárbaro para contar esta historia de coming-of- age de este chico, y habría que decir de esta chica que está aburrida y le intriga el muchacho que está coqueteando con ella. Lo dicho, ella podrá darle celos tomando la mano de otro chico, actor como Gary. Y Gary hacerse el gracioso con una chica de su edad, para que lo note su amada.
Anderson les escapa a los clisés, sí, pero también se la juega desmarcándose del relato de comedia romántica convencional. Por aquello mismo de que el argumento puede resumirse en pocas palabras, no es lo mismo que la acción, o los sentimientos de los protagonistas. Por eso Licorice Pizza pude incomodar a algunos.
Hay muchos cameos, pero sobre todo, dos papeles secundarios que están basados en personajes reales. Uno de ellos es Jon Peters, el productor de Nace una estrella, la película con Barbra Streisand, y que Anderson haya llamado a Bradley Cooper (director y coprotagonista de la versión con Lady Gaga) es tanto un guiño como un hallazgo. Nunca vimos al actor de quien hoy también se estrena El callejón de las almas perdidas en un papel así.
Y el otro es “Jack Holden”, por William Holden, interpretado por un Sean Penn apaciguado.
Como es el tono de esta película, presumiblemente próxima candidata al Oscar.