Salgo de la proyección de Life. Vida inteligente y me llevo una sensación pesada, me voy con impotencia.
La película está bien filmada, con buenas actuaciones, luces y cámaras correctas. La trama se desarrolla al igual que todo lo demás, “bien” (según los cánones estéticos ya establecidos por ellos mismos, la gran industria). Sin embargo hay algo que está fuera de lugar. Hay algo que más que fuera de lugar, está mal. Y son los mensajes que quedan flotando después de la hora cuarenta de film…
Luego de viajar al espacio exterior los tripulantes, representantes de unos pocos países, toman una muestra que prueba la vida en Marte. Entre charlas familiares en el espacio y show mediático en la tierra, Jake Gyllenhaal, embajador estadounidense, como su bandera en el brazo del traje espacial lo indica, recita porqué le gusta estar más allí arriba que en la tierra. Cuenta, con expresión desolada y cara de triste buen chico, cómo siendo enviado por el ejército estadounidense a Siria, construían un hospital en un pueblo y luego, omite quienes, bombardean y destruían todo el lugar.
Más tarde siguiendo con esa linea, el mensaje general lo dejan latente con la misma impunidad que las primeras palabras explicitadas por Gyllenhaal. Cómo esos enviados de algunos países del primer mundo eran buenos y amistosos, el ser extranjero, el que viene de afuera, el que es distinto, el que no cumple con los cánones establecidos, el que es extraño es: malo. Un mal incontrolable al que se debe destruir.
Una película más, que sin virtudes construye identidades y establece morales a su conveniencia por debajo de historias sin mayor trascendencia.