El octavo pasajero sigue dando de comer.
Remake no declarada de Alien, la película dirigida por Daniel Espinosa se conforma con imprimirle ritmo a la aventura espacial.
Si el guionista y Dan O’Bannon aún viviera, los responsables de Life: Vida inteligente, dirigida por el sueco Daniel Espinosa, le deberían algunas explicaciones (y unos cuantos dólares). Es que los puntos de contacto entre la historia que acá se cuenta y la que en 1979 filmó Ridley Scott en Alien: El octavo pasajero, con guión de O’Bannon, son enormes. En ambas una misión espacial se ve expuesta al contacto con una forma hostil de vida extraterrestre, que termina ocultándose en la nave y que en su frenética lucha por sobrevivir acaba liquidando a cada uno de los tripulantes. O no a todos. Lo único que apenas cambia de una película a la otra son los detalles y, claro, la eficacia con que uno y otro director manejan los recursos que la historia (u O’Bannon) ha puesto a su disposición.
No es la primera vez que el modelo Alien es replicado. De hecho la estructura imaginada por O’Bannon es básicamente la misma que había usado en la comedia negra Estrella oscura (1974), su primer guión, que es además la ópera prima de John Carpenter, uno de los maestros en el arte de enclaustrar a sus personajes en la lucha por sus vidas. Sin ir más lejos el propio Carpenter utilizó el mismo plot en El enigma de otro mundo (1982), cambiando el aislamiento espacial por una base en la Antártida, pero contando básicamente la misma historia que O’Bannon en Alien.
Volviendo a Life, ciertos detalles establecen diferencias tan sutiles como irrelevantes, que no hacen al fondo pero sí a la forma. Mientras en la película de Scott se trataba de una misión en un espacio y un futuro remotos, acá la acción se traslada a una estación espacial que orbita la Tierra en un tiempo que podría ser el presente. Esas dos distancias, la del tiempo y la del espacio, no son menores, ya que dicha proximidad podría traducirse potencialmente en una mayor empatía por los protagonistas, en tanto los hechos se convierten en una amenaza directa para el planeta. Sin embargo, aún con esas distancias, si en algo conseguía ser exitosa Alien era en transmitir la inminencia del miedo que sus personajes atravesaban, a partir de conseguir que los siete tripulantes del Nostromo, su nave, se convirtieran para el espectador en un avatar de la humanidad.
Esto era posible porque Scott tuvo la inteligencia de permitir que en su tripulación hubiera lugar para el heroísmo tanto como para la cobardía, la nobleza o la miseria, forjando un abanico de conductas que conjura la amplitud de lo humano. En su lugar la tripulación de Life, que son seis en lugar de siete, está integrada sólo por héroes. Todos en algún momento son capaces de pensar en el otro antes que en ellos mismos, hecho que se termina traduciendo en el heroísmo supremo de dar la vida para salvar la humanidad. Pero Espinosa tiene la mala idea adicional de subrayar algunos momentos con una banda sonora demasiado obvia e insistente, que se dedica a destacar este carácter heroico y otros sentimentalismos.
Ni hablar si se piensa el asunto como una guerra de criaturas. Life apuesta a presentar una forma de vida con la que inicialmente se pueda empatizar, incluso simpatizar, para romper de golpe ese contrato de confianza. Una criatura con un diseño más bien realista, especie de estrella de mar o molusco que se va deformando a medida que sus maldades aumentan, pero que difícilmente cause terror a primera vista. En cambio, tal vez no vuelva a haber en la historia del cine una monstruosidad con la capacidad de aterrar y fascinar al mismo tiempo como la que demostró la creación que el suizo H. R. Giger realizó para la película de Scott. Además Espinosa nunca maneja el fuera de campo con la inteligencia que aquel demostró en Alien. De hecho el concepto de fuera de campo parece por completo ajeno al modelo narrativo de Life, en donde todo ocurre siempre más o menos dentro del plano.
Si a pesar de todo Espinosa logra hacer de Life una propuesta entretenida es por un buen manejo del ritmo, el despliegue visual, el aprovechamiento kinético y dramático de la gravedad cero y, sobre todo, porque la idea de O’Bannon no ha dejado de ser atractiva. Pregúntenle sino a Scott, que antes de fin de año regresa a la saga Alien con el estreno de Covenant, que a juzgar por el trailer parece más un remake disfrazada que una película nueva.