Después de años de expectativas, la cristalización de un proyecto que habíamos empezado a fantasear con el lanzamiento de Man of Steel (2013), finalmente se ha concretado: La liga de la Justicia.
En la primera escena de la película, dos niños entrevistan para su videoblog a un sonriente Superman luego de rescatar a decenas de personas en un incendio. Tan sólo basta con el tono claro del plano subjetivo y el ángulo contrapicado de la cámara para revelar la admiración de los pequeños ante la cercanía de un Superman, cordial y contento de lo que está haciendo. Inmediatamente, los créditos iniciales se suceden entre un barrido de imágenes que nos recuerda que Superman ha muerto salvando a la humanidad, dando lugar a las preguntas que impregnan y hacen a la Liga de la Justicia como película ¿El mundo necesita a Superman? ¿Necesitamos esperanza? ¿Quién puede inspirar a la humanidad?
La ansiada súper producción de Warner Bros convoca a algunos de los más grandes personajes de DC Comics: Batman, Wonder Woman, Flash, Aquaman, Cyborg, ¿y acaso el retorno de cierto muchacho criando en Smallville? Ante todo, los populares superhéroes necesitarán superar sus comunes dificultades para consagrarse como la última línea de defensa ante las hordas de Steppenwolf, el emisario de una milenaria amenaza cósmica.
El escenario de La liga de la Justicia es similar a la mayoría de las películas de su género, no reinventa la rueda. Pero se ajusta idóneamente al patrón impuesto por Los Siete Samurái, que, tomado literalmente, presenta a un enemigo demasiado formidable para ser derrotado por un único protagonista, debiendo reunir a otros héroes para cumplir su misión. Con el equipo ensamblado para la ocasión, el resto es un itinerario bien conocido por todos, incluso para el público más secular.
Injustamente estigmatizado, toda producción encabezada por Zack Snyder genera controversia por tratarse de un realizador de rigor más estilista que narrativo. Lo concreto es que en Liga de la Justicia, Snyder emplea su oficio – con sensatez – en una película de tono más ligero que Batman vs Superman (2016). El resultado final es una película con momentos de necesario alivio proporcionado por instancias de comicidad y mucha aventura, cuya fuerza principal está en la química entre los actores, la dinámica del equipo y el carisma de los personajes.
Finalmente, una tragedia familiar acabó alejando a Zack Snyder del proyecto y, en su lugar, se decidió convocar a su colega Joss Whedon (Buffy, Firefly, Avengers) para ponerse al frente de la puesta a punto de la súper producción, editar e incluso grabar escenas extras para cerrar los cabos sueltos de la historia.
La simplicidad de la trama en un nivel macro, funciona correctamente. No hay lugar para una doble lectura, sustrato o alegoría política que lo valga. Es sólo un villano haciendo fechorías de índole cósmica y superhéroes haciendo lo que mejor saben hacer: enfrentarse abnegadamente cualquier adversidad. Liga de la Justicia equivale a dos horas un emocionante espectáculo que entretiene y deja al espectador con una nota optimista.
Todo el elenco hace un buen trabajo, y los actores parecen estar cómodos en sus respectivos papeles. Ben Affleck aporta un costado muy creíble y sincero, para un Bruce Wayne/ Batman, que irónicamente – aunque no gratuitamente – presenta cierta reminiscencia a los padecimientos físicos de los sacudones y golpes recibidos en acción, tal como décadas atrás hiciera a regañadientes un maduro Harrison Ford con Indiana Jones. Gal Gadot resulta rutilante, en una interpretación de Wonder Woman plena de matices que la vuelven magníficamente convincente como la líder y corazón de la Liga de la Justicia. El Aquaman de Jason Momoa se presenta como una especie de vaquero petulante, un personaje que destaca como el centro de algunas de las mejores secuencias de acción de la película. La presentación de Ezra Miller como Flash difiere mucho de la esencia de la viñetas del velocista escarlata, pero resulta efectiva en la dinámica de la película (la referencia a Pet Sematary no tiene precio). Por último, Ray Fisher hace de su Cyborg el personaje más taciturno y pleno de dilemas internos a resolver antes de unirse al grupo de superhéroes.
La mayor ventaja de Liga de la Justicia reside en el guión Chris Terrio y Joss Whedon, su sencillo – aunque no por eso menos intenso – ejercicio narrativo, resulta mucho más limpio, sin las ambiciones y estridencias que un sector del público y la crítica supieron objetarle a Batman v Superman con anterioridad.
La aventura que convoca a los superhéroes DCistas, consta de una estructura bastante directa que desde su primer acto pone en tema al espectador, presenta a los nuevos personajes en sus respectivos contextos, y ubica fehacientemente los acontecimientos respecto de todo aquello que ha sucedió en las películas anteriores. Al mismo tiempo, subraya la importancia que poseen en la trama los misteriosos artefactos resguardados en nuestro planeta por humanos, amazonas y atlantes, conocidos como cajas madres/Motherboxes, , objetos de deseo de Steppenwolf, el cósmico villano de turno dispuesto a terraformar el planeta desde una sigilosa invasión que ya ha comenzado. En el segundo acto, se pone énfasis en el encuentro e interacción de los miembros de la Liga; y, el tercero, se sirve de toda emoción disponible para lograr una rimbombante resolución de la aventura. Todo ejecutado de un modo sencillo, directo y efectivo.
Liga de la Justicia pone al descubierto una reflexiva postura de Warner y DC Comics que, consciente de las críticas de Batman vs Superman (2016), capitaliza idóneamente las virtudes manifiestas en Wonder Woman (Patty Jenkins. 2017).
En conclusión, la empatía con cada uno de los personajes de DC es lo que permanece con el público y deja una buena sensación al salir del cine. Liga de la justicia, adhiere a un tono menos estridente en su narrativa y estética, sin que esto signifique una Marvelizacion de los exponentes del universo cinematográfico de DC. Persiste el drama inherente a todo superhéroe, pero endulzado con una buena cuota de ironía y humor que afianza el espíritu fuerte e independiente de un conjunto de películas que se planta decidido a despejar la penumbra, ajustando así el curso de su narrativa audiovisual hacia un destino más promisorio.