Este «spin-off» de la saga «Toy Story» funciona como la película original que inspiró el personaje de Buzz Lightyear en aquella serie de films. Estreno en Disney+.
Si bien, a esta altura de la producción seriada de los grandes estudios de Hollywood, nada sorprende ni termina por incomodar, hay ideas que llegan a la pantalla sin uno entender bien cuál es la estrategia comercial detrás de ellas. Se sabe que todos los productos que funcionan en taquilla una vez van en camino a convertirse en «universos». Son los llamados IP (Propiedad Intelectual), que pueden venir del cine o de materiales previos (libros, juguetes, lo que sea) y que se instalan en el mercado y se los exprime de todos los modos posibles. Aún dentro de ese contexto, películas como LIGHTYEAR resultan un tanto incomprensibles. No por su funcionamiento per se, sino porque no parecen estar demasiado relacionadas con el mundo TOY STORY en el que supuestamente se insertan.
Designada como spin off de esa saga, LIGHTYEAR es claramente definible en el párrafo inicial que la abre: es la película que vio Andy, el protagonista de la original TOY STORY de 1995, y por la cual compró el juguete de Buzz que luego sería uno de los protagonistas de esa saga. Y LIGHTYEAR es exactamente eso: un film que poco y nada tiene que ver con ese clásico de Pixar y que se siente más como un modo de abrir puertas a otro tipo de relatos dentro de ese universo. Es que más allá de algunos personajes curiosos y algunas simpáticas bromas al paso, el film está más cerca de ser un spin off de STAR WARS que del film de animación que le dio su razón de ser. No es casualidad, suponemos, que ambas sagas sean parte de la misma compañía.
Si uno se olvida de la conexión con TOY STORY y toma a LIGHTYEAR por lo que es, por su propuesta específica, se encontrará con una medianamente interesante historia de amistad y compañerismo entre una serie de personajes voluntariosos pero torpes y desamparados en medio del espacio y de planetas inhabitables. Con su clásico tic de hablarle a un supuesto grabador que está en su brazo a modo de relato y su famoso «al infinito y más allá«, Buzz es un space ranger muy serio y aplicado que intenta reparar un error cometido cuando una de sus exploraciones espaciales sale mal y obliga a toda la tripulación de su nave a quedarse un extraño planeta habitado por peligrosas criaturas sin poder salir de allí.
Para reparar su error, Buzz se obsesiona con viajar superando la velocidad de la luz, pero al regresar sin poder lograrlo se da cuenta que en su poco tiempo de viaje pasaron cuatro años en la colonia humana que se fue formando ahí. Y así sigue, el hombre, intentando conquistar el tiempo mientras toda su gente –incluyendo su gran amiga Alisha Hawthorne– envejece, tiene hijos y muere. Y eso es solo el principio de la historia, ya que Buzz termina conectándose con Izzy, su nieta, y su grupo de torpes ayudantes cuando una enorme nave espacial aparece sobre ellos y envía amenazantes robots a liquidarlos. Todos comandados por Zorg, un personaje conocido ya de la saga TOY STORY.
Pero lo principal pasará por el switch mental que Buzz debe hacer para aprender a trabajar en equipo, más allá de que sus colaboradores sean principiantes que no hacen más que meterlo en problemas. Además de Izzy contará ahí con Darby Steel (una veterana ex presidiaria) y Mo Morrison (Taika Waititi), un inexperto y nervioso sujeto que siempre toca lo que no tiene que tocar y se apoya donde no tiene que apoyarse. Además de ellos, su gran compañero es un gatito robot llamado Sox que funciona casi a la manera de un combo entre R2-D2 y C-3PO, si quieren seguir con las comparaciones con la saga de George Lucas.
El problema del film es que el esquema narrativo se siente copiado de otros títulos similares (incluyendo UP!, también de Pixar, ya que la secuencia de su desfasaje temporal imita a la famosa de esa película pero sin lograr los mismos resultados emocionales) y sus trampas, trucos y traumas también se sienten ya vistos mil veces en películas similares. Son algunos apuntes visuales, ciertos gags (no todos, el personaje torpe que encarna vocalmente Waititi es agotador) y este espíritu de amigable familia sustituta los que mantienen a flote cierto espíritu lúdico que la comunica con los otros títulos de TOY STORY. Por lo demás, se trata de una película que se toma demasiado en serio a sí misma y que apunta más a un público preadolescente que al infantil, pero sin lograrlo del todo.
No está mal, en los planes, que la película quiera escaparse un poco de lo previsible y de lo que se hizo en TOY STORY, pero el problema de LIGHTYEAR es que es más convencional que sus antecesoras y que no propone nada demasiado nuevo a cambio. Por culpa de la pandemia –o por cálculos comerciales de Disney– títulos mucho más creativos y ricos de la empresa, como LUCA o RED, fueron directo a streaming mientras que este producto mucho más genérico tuvo una salida comercial enorme, demostrando quizás que le tenían más fe a este tipo de propuesta que a las otras, que no se originan en los citados IP y que por eso lograron sorprender.
Su relativo fracaso comercial en salas de cine en todo el mundo sirve al menos como evidencia de que el público rápidamente se dio cuenta que había poco acá de todo eso que les había fascinado en la saga TOY STORY. No creo que ese mensaje sea captado por los estudios –cuyos planes de estreno quinquenales cada vez se parecen más a los esquemas de lanzamiento de los nuevos modelos de Apple o Samsung–, pero al menos uno advierte que la gente sabe distinguir entre lo que se les vende y lo que finalmente les ofrecen.