Llegó un momento en la historia del cine en el que no alcanzó con darle a la maquinita de fabricar secuelas: nacieron las precuelas, los spin-off y cuanta estructura narrativa imaginable, con el único objeto de poder seguir, no siempre continuando una historia, sino mantener una franquicia viva y que esta rinda (económicamente). Es simple. Es un modelo. Es una ecuación.
Tampoco esto constituye algo exclusivo de las franquicias; también de las series episódicas, aquellas en las que alcanzada la fatiga -algo que ya todos habremos experimentado- derivan en cancelaciones y anulación de todo proyecto vinculado. A su vez, este modelo tampoco constituye ninguna novedad. Ya el serial clásico o el “lado B de la clase B” (tal como describe Faretta en este texto) proveía la segmentación de sus productos en capítulos y hasta la noción del hoy tan utilizado cliffhanger, elemento narrativo que explicaba muy bien la Annie Wilkes de Misery, antes de destrozar los pies de Paul Sheldon con un martillo.
¿Qué tiene que ver esto con Lightyear?
Hoy le toca a Toy Story y el desprendimiento que se analiza es aquel ideado a partir de uno de sus dos personajes principales: Buzz Lightyear. Lightyear no se detiene en el juguete (muñeco), sino en el personaje animado sobre el que se diseñó el objeto.
Ya en los títulos iniciales, Pixar/Disney se ataja con que este es el film a partir del cual el Andy de Toy Story recibió su muñeco de Buzz, tras ver el film que nosotros veremos a continuación. Por lo tanto, ya sabemos que no estarán Andy ni Woody, ni se sabrá de ellos más que por esta línea de crédito inicial. Pero eso no es todo. No importa que no estén presentes estos personajes icónicos de la franquicia en absoluto, pero sí que exista “una falta mucho más presente” y que es la base en relación a la nostalgia, cimiento principal de toda la franquicia de TS.
Lightyear es una animación, una de aventuras sobre el personaje que llega con una misión a un planeta desconocido y que, luego de la exploración y eventual fracaso, termina varado indefinidamente en el lugar junto a una colonia, al mejor estilo Marooned, de John Sturges. Buzz tiene una nueva misión que es tomada como objeto de vida y consiste en emprender con su nave una vuelta al sol de tal manera que logre alcanzar la velocidad de la luz. Para esto deberá contar con su destreza de vuelo y una combinación de combustible. A modo de El día de la marmota y El planeta de los simios, Buzz se encuentra viviendo en loop una y otra vez la misma misión, con la diferencia que con cada retorno al planeta, la duración de trayecto, que para él significan minutos, para la colonia se traslada a años.
Dentro de las complejidades varias que deberá combatir Buzz, y una que determina uno de los conflictos del film, es que en uno de sus tantos arribos al planeta encuentra que ha sido tomado por las fuerzas de Zurg, un malvado intergaláctico que, por alguna razón que se develará, la tiene con Buzz.
Lightyear es un film anodino e insustancial. Es una producción apartada o carente de emociones, a la que hasta le impusieron una mínima cuota de corrección política, un cómic relief con un gato y en el que se usa un personaje por demás querible, aunque sin llegar al destino de la emotividad buscada. La historia de vida de Lightyear en cierto modo se asemeja al Maverick de la reciente Top Gun: Maverick y la noción del hombre que ve pasar su vida de largo a causa de una misión, un ideal o una profesión, así como el aferrarse a individuos de un grupo de trabajo como su único nexo con el exterior, tomar a otro como hijo propio y superar una pérdida afectiva.
Además, Lightyear no llega a estar a la altura de otros proyectos de Pixar, que no solo cuentan con éste como su único fracaso. Quizás tras la adquisición de Disney algo se haya perdido y como único objetivo esté la concesión de Pixar por entregar un producto tan light como la gaseosa sin azúcar.