Hacia el infinito… y hasta ahí
¿De qué va? Buzz Lightyear, un Ranger espacial de elite, queda varado junto a su compañera Alisha en un planeta inhóspito. Tratando de emendar su error, Buzz intenta encontrar la formula correcta para alcanzar la velocidad de la luz y así volver a casa, pero una amenaza intergaláctica se opondrá a sus planes.
Placa en negro. Unas letras blancas nos dicen que la película que sigue a continuación no es cualquier cinta, sino que es la favorita de Andy, aquel niño que acompañamos en su niñez y adolescencia. Tras el visionado, el fanatismo acérrimo del pequeño hace desear para su cumpleaños la figura de Buzz, logrando que la familia de juguetes que descansa en su habitación se agrande.
Tras esta presentación, y posicionándonos en el lugar de Andy como ese espectador ansioso, comienza la aventura. Siguiendo los pasos del experimentado Buzz Lightyear, un Ranger espacial casado con su profesionalismo e individualismo (no por nada la selección del capi Chris Evans para poner su voz), el film nos posiciona en un planeta desconocido, lejos de la Tierra, de casa. Acompañado por Alisha (Uzo Aduba), su mejor amiga, Buzz intenta comprender la importancia del liderazgo, pero su egoísmo e imprudencia intrépida lo estancan tanto a él como a toda la tripulación en aquél planeta deshabitado. Ahora, sin otra opción que enmendar lo hecho, Buzz se compromete a terminar la misión, ignorando las advertencias de sus superiores como las necesidades de sus más allegados.
Con compañeros tan erráticos como serviciales, el viaje de Buzz para vencer a la amenaza robótica que acecha al planeta y así poder volver a casa se apoya tanto en el poderío del personaje y su transformación como en la evolución visual de los paisajes que lo rodean. Los diversos horizontes que recorre nuestro protagonista como sus colores se transforman a medida que avanza la trama, consecuente a los logros y fracasos de la misión. Desde el atardecer más cálido a la noche más fría, Buzz atraviesa un lienzo exquisito, que saca a relucir el poderío de una animación que destaca por el detalle y la espectacularidad.
No se puede decir lo mismo de la banda de sonido de Michael Giacchino, un compositor que se perdió en la acumulación de proyectos, sin lograr un tema que trascienda en lo más mínimo. Con una composición tan monótona como anticlimática, la banda sonora se estanca en acompañar al apartado visual genéricamente, sin preocuparse en el trasfondo ni de los personajes o su travesía. Algo similar sucede con el ritmo del film, que peca de una aceleración exhaustiva, logrando que muchas escenas climáticas no logren respirar, perdiendo así peso en el visionado. Tras el primer punto de giro, momento en el que se plantea el conflicto a resolver, la película inicia una cuenta regresiva, generando una velocidad que avasalla hasta en los momentos catalíticos, aquellos que son puestos para dar un descanso al relato.
De todas formas, la transformación de Buzz como su conflicto interno logran sobreponerse ante las mencionadas fallas, logrando un personaje que empatiza. Corriéndose de la formula “From Zero to Hero” (De Cero a Héroe), el viaje de Buzz funciona a la inversa. Atrapado en el pasado, culposo por ser el responsable del estancamiento que puso a toda su tripulación en riesgo, Lightyear lucha con su yo interno, obsesionado en cumplir la misión que ya nadie le exige. Es así que el Ranger se pierde del presente que lo rodea, una civilización que aprende de sus errores y avanza en el nuevo territorio, sin intenciones de volver a ese planeta que alguna vez llamaron “casa”. Paulatinamente, el objetivo de “regresar” se transforma en el de comprender que ese destino estuvo siempre bajo sus pies, acompañándolo durante toda la aventura.
Tanto la herencia de una amistad que perdura hasta el liderazgo aprendido, lejos de la individualidad heroica que lo definía, los regalos que obtiene Buzz en esta travesía lo convierten en el héroe insignia no solo de su gente, sino de aquel Andy, el niño que mira esta película al borde de la butaca.